lunes, 4 de junio de 2018

TELETIENDA

Cuando su madre le dijo que muchas de sus amigos compraban los objetos de  la teletienda, su vida dio un giro de ciento ochenta grados. Insomne, prolongaba sus veladas hasta bien avanzada la madrugada. Cuando terminaba la programación local se encandilaba con las promesas inverosímiles de los productos de la teletienda. Los cuchillos capacez de cortar acero sin perder ni un ápice de su mordida. Las herramientas que no deberían faltar en ninguna cocina para hacer cubos o rectangulos o hilachas la fruta,sandías o patatas. Mensajes directos incuestionables, pruebas de funcionamienteo imposibles de refutar. Y sonrisas un mundo de felicidad y seguridad que le llenaba la madrugada. Sonrisas y mensajes que se encadenaban siempre en el mismo orden. Y había gente que compraba aquellas cosas que le entretenían en la madrugada. No le sorprendió. Objetos de tanta utilidad, tan precisos y delicados que todo el mundo debería poseer en su casa. Pero la televisión accede a muchísima gente. Los programas nocturnos menos, pero a mucha gente. Qué ocurriría con los programs si todos los noctámbulos ocmenzaban a comprar. Y esos compradores lo comentaban con otros conocidos y amigos que les envidiarían por poseer esas joyas en sus cocinas y en sus hogares. Si la vent ae hacía masiva, no sería necesaria la publicidad. Para que publicitar un objeto que tienes agotado. Y si se acababa la publicidad se acababa el consuelo rutinario ritmico y ordenado de sus noches de insomnio. Vendrían otros objetos, sin lugar a dudas, algunso mejores y otros peores, pero distnintos, personajes distintops ,a mbientes distintos a los que el estaba tan habituado. Ya no podría adivinar el sonido de fondo o la primera imagen del siguiente esquetch, no sabría en uq formas perfectas, de precisión casi matemática quedaría descompuestas las piñas o las sandías, no sabría qué pruebas harían para demostrar que los cuchillos hienden el acero. La tranquilidad de la rutina eterna, imagnes que pasan e imageners que regresan incluso en la misma noche, en el mismo ritmo, sonidos que acompañaban su falta de sueño. Todo eso. Toda la paz que le había llevado al equilibrio en largas noches en vela corría el riesgo ahora de zozobrar por culpa del impulso de unos compradores compulsivos, unos caompradores queno serían asiduos, sino simples vulgares visitantes de la noche. No lo podía tolerar. Debía acabar ya con el impulso. Estaba perdiendo el tiempo. Pensó qué podía hacer par aislar los productos de los compradores. La conexión era siempre un número de telefono. Si conseguía mantener siempre los teléfonos ocupados, las ventas serían imposibles. Compró un ordenador potente. Estudió programas para infectar otros ordenadores que dirigiesesn llamadas a los teléfonos. Cada noche una hor antes y hasta una hora después, siempre cambiando de ip atacaba los servidores. Dudaba si su métiodo de evitar o mitigar las ventas estaba siendo eficaz. Lo estaba siendo. Lo comprobó cuando al finalizar el mes los anuncios de la teletienda fueron retirados de la cadena. Maldita sea se había excedido. Una cosa es vender todo y no poder anunciarte y otra muy distinta no vender nada. Se había quedado por su propia culpa sin distracción para su insomnio. Podía haber una solución. Tenía los teléfonos. Si llamba quiuzás aguno aun estaría operativo. Miró sus ahorros de toda la vida. Era un cantidad. Llamó a los teléfonos. Aun funcionaban. Hizo varios centenares de compras de los anuncios y las ahcía según el orden de aparición del anuncio antes que se decidiese su retirada. Se repusieron los anuncios. Había sido un éxito. En los soguiente días llegaron los centenares de objetos. Al principio los abrió. le hizo mucha ilusión tenre en sus manos lo que tanto había ansiado. Pero después vio los anuncios y se sentía decepcionado con la realidad. Dejó de ver la teletienda y se aficionó a los adivinos. Quien sabe si algún día no optaría por dormir por la noche.

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