lunes, 11 de junio de 2018

TEFLON

Después que el mundo terminó los pocos supervivientes tuvieron que ocultarse bajo tierra. Los elementos fuente de vida traían la muerte con su olor, su contacto e incluso, según el mito, en los sueños pensando en ellos. El mundo de la oscuridad carecía de alegría. Siempre ha habido ciegos, pero en un mundo de videntes, pero después de la catástrofe desenvolverse en un mundo sin luz hizo que desapareciera la sonrisa de los bocas. Curiosamente, con la desaparición de la sonrisa también se fue el llanto. Si había tristeza, era una tristeza moriosa, una tristeza quieta carente de cualquier gesto. Al principio encendían hogueras y se reunían abrazados en círculo alrededor de hogueras. Pero cada vez el círculo era menor. El tiempo pasaba, y los intentos de regreso a un mundo sin luz fueron fracasos, nauseas, tos, pústulas y  muerte o deformidades. Cada vez los círculos eran menos numerosos y las hogueras más mortecinas. Un día no hubo hogueras. Sin el fuego llegó el silencio la quietud extrema de los muertos vivos. Del fondo, de la parte más recóndita de la hoguera apareció un hombre menudo, cojeaba y se atascaba al susurrar. Se dirigió al que había sido el líder antes que acabase el fuego. Echó a andar y el líder lo siguió. En el nicho que aquel hombre había ocupado había un hueco entre las rocas. En el hueco unas bobinas. Sobre ellas un rayo de luz del que caía una gotera. La gota se deslizaba por la bobina hasta el suelo. El líder gesticuló. Para qué le había hecho interrumpir su reposo. Le cogió la mandíbula y volvió a señalarle. De la luz cayó otra gota que se deslizó por la bobina y se arrastró hasta el suelo.el líder se enfurecía. El hombrecillo le señaló la gota. La gota estaría cayendo años desde el exterior y no producía daños en el material de las bobinas. Las cejas se enarcaron. Los ojos se pusieron redondos. Gruño y reclamó a todos que viniesen, Grano a grano agrandaron la grieta. Grano a grano. Hasta que el hombrecillo pudo pasar. Temeroso cruzó al otro lado. Entró sin respirar. Cuando no puedo aguantar más su nariz empezó a aletear y no le pasó nada. Agrandaron entonces el paso y se llevaron las bobinas del material. Era un material flexible, untuoso y fácil de trabajar. La gota no le había hecho nada a lo largo de años. El material podría protegerles en su vuelta al mundo de luz. Los tejedores lo tocaron. Era fácil de trabajar. Le echaron agua hirviedo y resistía. Vertieron aceite hirviendo y seguía siendo impermeable. Uno de los artesanos que experimentaron esbozó, sólo esbozó una sonrisa. sintió un punto, pequeño de esperanza. Serán esas bobinas el elemento que necesitaban para regresar. Para volver a un mundo de luz. A beber agua fresca, comer verduras verdes, nadar en ríos y lagos, navegar los mares, pescar y jugar. Restaurar el mundo que se perdió. Aprender de los escritos lo que hacían los mayores de sus mayores. Hacer ensayos pacientes para aprender de nuevo a vivir como humanos plenos. Sonrió. Habría gritado si no hiciese tantos años que no hablaba. De la cueva contigua, rodeado de pisadas  y ruidos de armaduras, apareció el rey y su séquito. Le preguntó al líder de aquel lado de la cueva qué era aquello que tanto interés había despertado en todos los habitantes. Le mostraron los experimentos con el agua, con el aceite. Le contaron que la gota había caído décadas sin producir daños en aquel material. El rey apreció el descubrimiento, felicitó al hombrecillo que había sido tan perspicaz y ordenó a su séquito que se llevaran todas las bobinas. El hombrecillo se ofreció para experimentar en la primera salida al mundo de luz. El rey le respondió que el mundo de luz estaba perdido para siempre. La bobinas era un magnífico aislante para el suelo húmedo de la cueva donde estaba su corte. El hombrecillo se compungió Volvió a su rincón. Y olvidó lo que era la sonrisa. La decisión del rey no quedó sin castigo. Años después hubo una revolución, se recuperó el teflón, pero las aristas del suelo de la cueva no habian dejado un solo centímetro sin dañar

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