domingo, 9 de julio de 2017

LA MAQUINA DE ESCRIBIR

"¿Qué haces tomado vodka a esta hora?" "Acabo de empezar. Siéntate. No estoy chispada" "Ya dejaste esto. ¿qué te ha pasado? ¿De nuevo un desamor? Los tíos son todos unos cabrones" "Noooooo. No te aceleres.Estoy triste. Y por un tío sí, pero no por amor sino por trabajo" "Te han despedido. Si eres su mejor lectora" "No me han despedido Pero nunca me había sentido tan frustrada" "Cuéntame" "En el bar de la esquina, donde tomo café cuando salgo del metro, me llamaba la tención un muchacho desaliñado que en un rincón con poca luz, tomaba un capuchino, montaba una máquina de escribir, ponía folios y de forma cadenciosa a veces y otras más fluida, escribía. Al principio pensé que lo hacía simplemente por llamar la atención, una barba desarreglada tipo Ché, siempre chaquetones o abrigos más tupidos de lo que el tiempo exigía, gafas gruesas y la máquina de escribir en un lugar donde todo el mundo paga un café muy caro por el acceso al wifi" "Un notas" "Eso pensé. Al principio.Un día me acerqué. Le pregunté si podía ver lo que escribía. Me dijo en una voz casi inaudible que sin ningún problema. Me senté. Y llamé a la oficina para decir que iba a llegar tarde" "¿Era bueno lo que escribía?" "Sublime. Sabes lo que es unir lo que sería una novela popular, un best seller, con la profundidad, la intemporalidad de un clásico, eso era lo que tenía entre mis manos. Una joya. Me identifiqué. Le dije que si podía venir a la oficina, que encontraba la novela muy interesante, que incluso si quería podíamos firmar un contrato y hacerle una entrega a cuenta" "Qué generosa te has vuelto" "Lo merecía. Pues me dijo que el contrato sí, que le había caído bien, que con que nos diésemos un apretón de manos era suficiente" "Y teniendo algo tan bueno entre manos te conformaste con eso. ¿Tú?" "Sí. Y leí en sus ojos que era cierto. Lo comenté a mi jefe y me lo recriminó, me reconoció mi olfato para captar un éxito, pero me insistió que debería haber sellado un contrato aunque fuese una grabación con el móvil o una rúbrica en una servilleta" "Y no acabó bien" "No" "Se olió con tus pistas que en su mente y en sus manos tenía una joya y se vendió a un mejor postor" "No. Cada día que cogía el metro le saludaba. Le preguntaba por el trabajo, que avanzaba a un buen ritmo. Cada hoja tenía más calidad que la anterior. Algunas veces, a nuestra espalda, se paraba una camarera menuda que leía mientras él escribía, un día me volví y le dije que no queríamos nada, que estaba molestándonos. Se fue. Él se giró hacia mí. Sus ojos mansos refulgíeron y lanzaron rayos de odio y de tristeza un instante, después agachó la cabeza y dejó de escribir. Lo comprendí. Los ojos negros de aquella muchacha, sus pasos sencillos, elegantes y a veces fatigados, su lectura robada eran el motor de la obra. Me levanté. Hice con ella un aparte y en un rincón donde él pudo verme le supliqué que me perdonara, que podía y debía leer cuanto quisiese. Ella me sonrió y yo me despedí. Uno días después mi escritor estaba en la esquina, con la espalda apoyada en el respaldo, el capuchino sin tocar y la máquina con un folio en blanco. Al entrar vi que la muchacha no estaba. Supe lo que ocurría. Antes de sentarme con él localicé al encargado y le pregunté por la chica. Ya no trabajaba allí. Había llegado con una empresa de trabajo temporal. Me dio las señas de la empresa. Me senté con mi autor y le dije que no se preocupase que la buscaría. Desde la oficina llamé a la empresa. Ya no trabajaba con ellos. Su documentación era falsa y había sido deportada. Llamé a la policía. Rastreé en el aeropuerto, pero sin identidad, un país como Sri Lanka,  casi imposible localizarla. Al día siguiente volví a entrar al café. Le dije que lo había intentado sin resultado. Me preguntó si había alguna esperanza. Le dije que a corto plazo pocas que si él tenía alguna seña. Nada, no conocía ni su nombre. Le pedí perdón pero tenía que preguntarle por la obra. Me dijo que necesitaba su mirada furtiva para terminarla, sin ella no era nadie, la obra sólo papel  e impresiones de tinta de una cinta gastada. Le pedí que me permitiese leerla desde donde lo dejé. No se negó. Cogí el paquete de folios. Leí. La frase final era brillante. Una de esas frases que te hace estremecerte al terminar un buen libro. Una frase que te lanzaría a volver a leerlo si no fuese por el temor de que algo pueda cambiar una sensación tan orgásmica. Estaba terminado y se lo dije. El me dijo que no . Los libros terminan cuando en la última página pone fin y en la primera los agradecimientos. Eso no estaba y él no tenía energías para terminar. Le supliqué. Intenté ponerlo en razón. Incluso le dije que tal vez el éxito de su libro, que daba por seguro, suspusiese una llamada para que ella apareciese. Me dijo que necesitaba su mirada. El libro no estaba terminado. Y se fue" "Y no tienes nada" "Nada. Le he llamado y dice que lo ha quemado. No ha vuelto a tomar su capuchino y la máquina, por cierto, la ha donado al bar que la luce en uno de sus estantes" "Camarero dos vasos fríos de chupito. Nos servimos uno cada una y no vuelvas a beber"

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