lunes, 6 de agosto de 2012

EL REPOSO DEL GUERRERO


La semana ha sido dura. Terminó. Viernes por la noche. Verano. Junto al mar. Subes  a casa. Tu hija está sentada en la mecedora de Ikea. A esa hora no suele estar ahí. Ojeras. Diez años. Labios fruncidos. Irascible. Un comentario. Se encierra en la habitación. Llora. Las hormonas,  piensas. Su madre entra. Confidencias de mujeres. Sus amigas suplentes de verano le dan de lado. Con la puerta entreabierta ves a tu hija llorar entre las dos camas. Con diez años no puede comprender que quien te quiere te hace cosas buenas y quien no malas. Tampoco comprendería si le dijeses lo mucho que se puede sufrir por amor correspondido o no.

24 horas. No son las hormonas. Mientras paseas un toque a su móvil con número oculto. Llama. Una voz conocida no conoce a nadie con el nombre de tu hija y cuelga. Dos toques más. No llames. Le dices. Es mejor perder a quien no te quiere. Cuando no la veas llamará. Sus amigas vienen de frente. No miran. No la saludan. Quieren que tu hija se sienta nada. Con quince años eras ya consciente de cuando algo dolía a alguien. Le dices que se olvide. Llora y se comería las uñas si le quedasen. De vuelta de nuevo las amigas. Su tía no puede aguantar. Les insiste que qué pasa. Son muy amables. Claro. Son muy buenas amigas. No puedo verlo. Me voy. No me gusta ser intervencionista en las vidas de mis hijos. La libertad es sagrada aunque duela.

7 días de normalidad. Vienen otras niñas. Sentado. En unos minutos la cena. Vienen las amigas y una madre. Tu hija recibe continuas llamadas de un número oculto. La insultan. Retaco. Y groserías hasta para un adulto. Una madre de las niñas ha puesto el teléfono en altavoz, una niña crecida se ha identificado. Ha insultado y ha colgado. No es fácil ser padre. No es fácil vivir. Requisas el teléfono de tu hija cuando aparece una nueva llamada con número oculto. Aceptas. Callas y escuchas. Preguntan si hay alguien. Le dices que la Guardia Civil ha localizado el teléfono y cuelgan. Están en la playa. Te devanas entre no intervenir y joderles la fiesta que celebran con quince años en la arena. Te acercas. Tres niñas entorno a un móvil. No quiero más llamadas les dices sin señalar a nadie. La guardia civil tiene el número y te das la vuelta. Las tres niñas se levantan en pos tuyo. Su premura las delata. Una de ellas con aspecto de Lolita te tutea y te dice que tenéis que hablar. No hay nada de que hablar. Uno debe ser responsable de sus hechos. Le insistes que tú no has señalado a nadie. Te repliegas. De lejos el amigo te insulta. Te das la vuelta. No se atrevería a decírtelo a la cara. De nuevo  te das la vuelta. Tiene quince años es menor y tú no aunque te suba un palmo. Grita como un poseso y te tira piedras. Sus hormonas claman. Estás nervioso, pero satisfecho porque les has jodido una fiesta báquica. No estabas dispuesto a que el cordero lechal en sacrificio fuese tu hija.

Por la mañana niegan. No han sido ellas. A pesar de que se identificaron, a pesar de que se dieron por aludidas, a pesar de que estuvieron tratando a tu hija como una no persona. Se empieza por convertir en cosas a quien detestas y después su vida no te importa. Ya lo hicieron los nazis. Hay nazis con quince años y con veinte y con treinta y con cincuenta, con ciento veinte hay pocos.

Si la llamaran pasado mañana, seguramente tu hija iría con ellas.

Así es el reposo del guerrero, siempre velando las armas. De día y de noche. En verano y en invierno. En periodo laboral y de vacaciones.

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