sábado, 18 de agosto de 2012

EL TALLO


“Su cortado”. El tallo es un bar de playa que parece un bar de pueblo abandonado. Una familia a la que abandonó la suerte. Un bar anclado al pasado junto al puerto de Los Urrutias del Mar Menor. Ahora lo atienda la viuda del antiguo camarero. Un hombre que siempre pareció muy enfermo hasta que murió hace dos años. Yo creo que fue el tabaco. No superó la prohibición de fumar mientras atendía a sus clientes en la barra. El local agoniza. Lento. La esquina de sus cristaleras, sin embargo se abre al mar al Sur y al Este, una garantía de luz incluso en los días cortos de invierno. Puede haber ocho mesas, pero nadie las ocupa. Sólo una o dos de ellas por clientes que toman carajillo o cerveza. En una barra exterior se afirman los del revuelto. Pescadores o mecánicos portuarios. Clientes de todo el año acostumbrados a la larga depresión invernal de los lugares de vacaciones.

Tengo el vicio de mirar. Un anciano saluda desde detrás del ventanal de madera que da al sur. Entre él y yo no hay nadie. Se ha equivocado. Un par de minutos después regresa, mira hacia atrás y sonríe, saluda y se marcha sacudiendo la cabeza con el ritmo rápidos de los viejos caminantes.

En el salón las mesas y sillas de formica y patas metálicas de color marrón. Y dos mesas dobles, colocadas a lo largo desde el ventanal del sur con un mantel blanco de papel, servilletas también de papel y seis vasos boca abajo. No hay más aliños. Sale la magra con tomate. Un señor gordo a mi derecha va a pasar del desayuno al almuerzo. Un tercio y una tapa de magra mientras lee el periódico y suda porque no hay aire acondicionado.

Por fuera de las ventanas con palillería antigua de madera, una persiana a medio subir. Entre las dos mesas del comedor, que no se usarán, una mesa pequeña colocada como un escritorio frente al ventanal. Una única silla. El centro de la silla ocupa la intersección exacta de mi posición y el saludo doble del anciano.

“Este verano hace mucho calor” Comenta desde detrás de la barra la viuda. Mi camiseta exhibe churretes de sudor, sus axilas lamparones. “Sí mucho. Oiga le puedo preguntar algo” “Le advierto que yo soy casi analfabeta” “Mire me ha llamado la atención esa mesa que tienen puesta frente al ventanal del comedor con una sola silla. ¿Es para algún cliente habitual?” Se ríe. Se tapa la boca y mira a su hermana, idéntica pero más gruesa que está sentada frente al refrigerador a la salida de la cocina que coincide con la entrada de los baños. “No. NO es para ningún cliente, no lo permitiríamos. Son tonterías de viejos” “No es necesario que me lo cuente, pero  ¿tiene algo que ver con un anciano que me ha saludado dos veces” Se miran de nuevo y vuelven a reír. “No se lo diga a nadie. Mi marido. Murió hace dos años. En paz descanse. El verano pasado cuando aun guardábamos luto, ese hombre se pasó todo el verano saludando al pasar por la ventana. Había sido cliente nuestro, pero por problemas de salud le quitaron el tabaco y el alcohol, y el hombre dejó de venir pero no perdió la amistad con mi marido. Al final de agosto salí a decirle que mi marido había muerto. Él al verme de luto se sorprendió. Le dije que mi marido había muerto hacía varios meses. Me dijo que era imposible que lo llevaba viendo en la ventana todo el verano  a la hora a la que solía tomar el café, que le había extrañado verlo fumar dentro del bar, pero sin duda era él. Los días siguientes  siguió saludando. Nosotras salimos, pero no vimos nada, pero ¿qué cuesta poner una mesica y un cenicero en una ventana por si se cansa?, y a última hora, cuando ya los clientes han terminado le dejamos el Marca para que lo lea”

No hay comentarios: