sábado, 11 de agosto de 2012

SALSA VERDE


Cocina de mercado. En la plaza de abastos. Paseas. Ves las verduras, las carnes y los pescados. Decides qué va a ser tu sustento. Algunos problemas con las cantidades. Desde que vives sólo no tienes cálculo. Siempre hay comida de más que organizas después en tupper de la nevera. Las almejas serán un buen aperitivo. Después pasta. Un poco de tomate de bote, un trozo de queso reseco rayado serán el plato. Una cerveza y una siesta disfrutando del aire acondicionado mientras en el exterior el asfalto humea al calor de los casi cuarenta y cinco grados. Una caña y una marinera en el bar de la plaza. Y a casa.

Una raya de aceite. Las almejas en una sartén cubiertas por una tapadera para que el vapor se condense y no se pierdan sus jugos. Cuando se abran las colocarás una a una en un plato que te parece bonito. Esperas. Un chasquido que te recuerda al estallido de las palomitas. Quitas la tapadera y en medio del jugo lechoso que se acumula se abren algunas almejas. Una a una se abren todas. Salsa verde. No la has preparado. Perejil, ajo picado en el mortero un chorrito de un buen aceite y después el jugo de las almejas. Perejil. No tienes perejil. La saliva de tu boca se había producido en respuesta al perejil. Es una catástrofe. Abajo has oído ruidos. Hay alguien. Bajas. Llamas. Nunca te has fijado en quien vive ahí. El reflejo de una mirada por la lente de la mirilla. La puerta se abre. Sale una mujer envuelta en una toalla de baño con el cabello mojado. “Soy su vecino de arriba . ¿No tendrá un poco de perejil?” “Creo que me queda un poco en el frigorífico. Pase” Es hermosa. “Aquí tiene” “Háblame de tú muchas gracias. Tengo unas almejas en salsa verde. Con este calor no apetece salir aunque tenga que comer sólo” “Hasta la vista” Se sonríen y se miran. En la mirilla vuelve a aparecer el brillo de sus ojos miel.

Las almejas aun están tibias. Machaca dos dientes de ajo. Parte en cilindros muy pequeños el perejil. Los mezcla en el mortero con una gota de aceite. Con el jugo de las almejas hace un  majado que vierte de la forma más homogénea  posible. Aunque está solo pone un mantel. Una ensalada, las almejas mientras la pasta termina su último minuto de cocción. Corta la lámina enmohecida del queso curado y raya el resto. Lo deja en un bol.

Abre una cerveza. Saca la copa helada del congelador. Aun le queda otra para disfrutar durante la comida. Suena el timbre. Se sobresalta, en agosto. A través de la mirilla ve a su vecina. Vestida: un vestido de gasa corto que insinúa sus formas cuando se mueve. El pelo recogido en un moño. Un collar de circonitas. Sin maquillaje, no lo necesita, sus labios brillan con un glos que parece de buena calidad. Vuelve a tocar al timbre. Abre. Lleva una botella de vino blanco escarchada en la mano y algo más en una bolsa.

“¿Necesitas algo?” Una pregunta muy estúpida a una mujer arreglada. “ No. Yo también como sola. La soledad me agobia. Si quieres podemos comer juntos” “Claro siéntate. Se pierde en su cuarto y en el baño. Termina de hacer la cama y revisa que no haya restos orgánicos o de vestuario en ningún lugar. Regresa a su recibidor y la invita a pasar.

“Prueba las almejas en salsa verde que he hecho con tu perejil” “ Abre el vino” “ Tengo unas copas” Sirve . Le da la almeja que parece de mejor aspecto. Ella entreabre la boca y arrastra el contenido pulposo con la punta de la lengua de una forma muy voluptuosa. No hay nadie más en un edificio de treinta viviendas. Afuera hace calor. Cuarenta y cuatro grados a la sombra. No importa.

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