martes, 6 de febrero de 2018

CONFLICTO

El hombre salió del portal. Estaba nublado de nubes negras. Comenzó a llover sin avisar. Rayo , trueno y después el aguacero. Se cobijó en una parada de autobús, pero la intensidad del agua le caló casi tanto como si hubiese permanecido al raso. Salió el sol. Un sol poniente. Caminó hacia el oeste por una calle recta del ensanche. Caminó deprisa aunque no iba a ningún lugar. Dobló la esquina y sintió un tirón en la espalda. Tiró otra vez. Se encontró liberado . Siguió caminando . Ligero. Demasiado ligero. Miró al suelo. Su sombra no estaba. Se miró en un espejo del escaparate de unos grandes almacenes y se vio sin cambios, pero en el suelo, apoyada en la pared, su sombra no estaba. Volvió a la esquina, miró a la izquierda, y un único transeúnte iba acompañado de su propia sombra y la sombra prestada. Las sombras hablaban apaciblemente , gesticulaban y reían mientras el transeúnte se paraba en su portón. Salió corriendo. Si entraba en su casa perdería su sombra para siempre, y una sombra es algo muy personal ni se presta ni cambia de dueño. El transeúnte caminaba a paso lento al tener que arrastrar dos sombras, aun así llegó a su portal justo cuando el hombre que había extraviado su sombra cerraba la puerta a su espalda. Le dio tiempo a llegar, porque la cabeza de la segunda sombra había quedado atorada. El transeúnte, ayudado por su propia sombra, desenganchó la sombra prestada. Llamó el ascensor. Su sombra prestada puso todas las dificultades que pudo a que la introdujesen. El hombre llegó, golpeó la puerta llamando la atención de quien bien podía ser un secuestrador, un asesino o simplemente un coleccionista de sombras. Como no le hacía caso llamó a un piso al azar. Dijo ser un repartidor ambulante al primer vecino que le atendió. Entró justo a tiempo para bloquear la puerta del ascensor. El transeúnte lo increpó.El hombre le dijo que por qué le había arrebatado su sombra que siempre lo había acompañado desde pequeño. El otro le dijo que no le había arrebatado nada. Señaló el suelo y le dijo que eso qué era, se veían claramente dos sombras y delante sólo tenía un hombre. Le respondió que eso no era algo fijo. El otro le insistió que sí. Un hombre una sombra, sin excepciones salvo si había absoluta oscuridad. Le respondió que no iba a discutir. Si no quería discutir tenía que devolverle la sombra que le había acompañado desde que nació. En un descuido lo empujó para cerrar el ascensor. El otro burlado subió corriendo las escaleras hasta el quinto y lo esperó. Abrió las ventanas para que entrase el sol y poder reconocer su sombra secuestrada. El hombre sin sombra atrapó por el cuello a su contrincante, mientras lo estrangulaba, su sombra se atenuaba, se desleía en un ambiente de penumbra. Aflojó la presión de sus manos. El otro cayó al suelo casi sin sentido. Las sombras se separaron. Comprobó que estaba con vida y se marchó. Se llevó una sombra que claramente no era la suya. No le importaba. Toda la vida con una sombra, cambiar podía resultarle divertido. Hizo gestos y  movimientos y la nueva sombra nunca nunca le acompañaba. Entonces tomó una decisión. Si la sombra se negaba a seguirle, sería el quien seguiría a la sombra. Y así lo hizo.

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