martes, 27 de febrero de 2018

LA REBECA

El abuelo no era rico. Poseía algunas cosas, algunos bienes que, los caprichos de la historia, habían revestido de unas plusvalías considerables. El albacea llegaria a la casa de campo con el notario a mediodía. antes de esa hora los familiares y los allegados que habían sido convocados iban llegando a la casa. El abuelo lo había dejado todo preparado, música, bebida, aperitivos. El día acompañaba. Un día de sol brillante, de cielo azul meditérraneo excepcional para un mes de noviembre muy avanzado.Nada de llantos. Seriedad. él había sido un hombre serio, pero con un gusto intenso por la vida, por los placeres y por las sensaciones, por los matices necesarios para apuntalar una buena vida, para conducir a una buena muerte, como había sido la suya, . Los coches llegaban al jardín. El parterre de los rosales estaba cerrado. En ese no quería que se aparcase. Los rosales no. A las once medio centenar de personas pululaban por la heredad. Las puertas estaban todas abiertas. Todos los invitados eran personas de confianza, muchos ajenos entre sí, pero ninguno ajenos a todos. No había necesidad de proteger los bienes, las joyas, la colección de relojes que aun estaban en los cajones. Plena la confianza en quienes había elegido como herederos. Cada uno que llegó paseó por las habitaciones. todos subieron al lecho donde permaneció una vez solicitó el alta del hospital consciente de que todo estaba ya hecho, quedaba por escenificar el último acto. Todos entraron en la habitación, acariciaron la butaca sonde sólo se pudo sentar un rato, la almohada que había sostenido su respiración, y todos, todos se acercaban al perchero, del que de una percha de plástico colgaba la rebeca gris que el abuelo siempre buscaba. Todos la tocaban. Acariciaban el tejido. Unos lo encontraban suave, otros alababan su calidez, otros su comodidad, algunos incluso lo encontraban elegante, pero a nunguno le era indiferente, y cunado abandonaban el aposento todos miraban hacia atrás. La rebeca se había convertido en una pieza apetecida por muchos. la campana los covocó al salón. Medio centenar de sillas. Medio centenar de herederos. En presencia del notario, el albacea comenzó la lectura. La distribución de bienes, de dinero, fue pormenorizada y precisa. Cda uno recibió segun sus gustos, todo se sintieron satisfechos y agasajados con la herencia del difunto, al notario no recordaba una herencia con tantos herederos tan apacible, tan sensatamente distribuida. No hubo protestas. El albacea informó que en la mesa del fondo se serviría la comida que había encargado el difunto y se brindaría al final a su salud con el cava que él mismohabía seleccionado. En cuanto se levantaron, con la excusa de estirar las piernas, o de ir al baño, o de mirar por última vez el lugar en que había fallecido, todos pasaron por la habitación. Todos buscaban el perchero. Todos, cada uno a su manera, cada uno con su deseo querían hacerse con la rebeca. Pero la rebeca había desaparecido. Los hijos, los sobrinos protestaron entre sí, pero en voz baja. No era cuestión de desahcer la magia por una simple rebeca, aunque fuese una prenda tan caliente, aunque fuese tan confortable, aunque fuese tan bonita, o una prenda vintage según quien manifestase su opinión. Se miraban. Cuando habían llegado la prenda estaba donde siempre había estado cuando el difunto no la vestía. Alguien de los convicados e la había apropiado, pero nadia parecía estar en posesión de ella. En la comida todos sospecharon, si podían miraban los bolsos, o debajo de las chaquetas o los abrigos, nadie fue capaz de apreciar nada raro. Pero alguein reparó en que faltaba una persona, en la mesa quedaba el hueco de un comensal. La maestra del pueblo. No se había sentado a la mesa. Nadie recordaba haberla visto después de la lectura de las últimas voluntades. Nadie sabía qué hacía alli. En su tiempo hubo comentarios, pero sin fundamento. Alguien dio la voz de alarma. La señora había desaparecido. Antes de que la noche cayese debían intentar localizarla, Unos buscaron por el bosque, otros por los recovecos de la finca. No tardaron mucho en encontrarla. El invernadero. al fondo, en la caseta, en un jergón. Arropada con la rebeca del abuelo , la mujer dormía. En su boca una sonrisa, en su expresión luz. Sus manos acariciando las mangas a la altura de los brazos. No se atrevieron a despertarla.

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