sábado, 3 de febrero de 2018

EL ENCHUFE

No recordaba su primera vez. Tampoco recordaba si fue algo intencionado o fruto de una casualidad. Creía que fue una casualidad. Sí sin intención. Estaba poniendo una lámpara de techo en una posición incómoda. Luchaba por encontrar los agujeros donde había introducido los tacos para poder atornillar la base. Era la única luz del baño. No recordaba si había apagado la luz y no tenía ganas de bajar de la escalera para bajar el interruptor general. Fijó la base introdujo los cables conectó el cable marrón al capuchón. Giró el tornillo de cobre y la muñeca contactó con el cable azul. Un rayo viajó por su cuerpo y a la altura del tobillo lo sintió claramente salir. Saltó el automático de toda la casa. Sin la luz del pasillo no podía ver nada. Bajó y lo volvió a activar. Sonreía. Había sido divertido. El cosquilleo del rayo eléctrico al salir. Conectó los cables a una de las bombillas. y se puso con los siguientes. El marrón. El tornillo de cobre. Y el azul. El azul. Cogío el tornillo de cobre del marrón y se acercó el azul a la muñeca. De nuevo el rayo que recorrió su cuerpo. Esta vez salió por un dedo. El automático falló. Rió a carcajadas. La electrocución había sido muy agradable. Los músculos relajados. El vello ligeramente erizado. Y un estado mental cómo diría yo... de reseteo, sí , la mente refrescada para funcionar con más intensidad. Recogíó los trozos de cable, las pìedrecitas de yeso y comprobó que la lámpara funcionaba. Orden. Tenía ganas de leer. Jung. El LIbro Rojo. Un libro iniciado mil veces y abandonado otras mil. Y música Carmina Burana. Y abrió las ventanas para percibir los olores. Y devoró el libro en unas horas. LO comprendió. Lo asimiló y recordaba párrafos y páginas enteras. Estaba deliz de su estado mental. Comió. Echó una siesta y se levantó cansado. Espeso. Intentó leer y las plabras se amontonaban, se puso música y la cabeza le dolía, abrió la ventana y sólo le llegaba el olor agrio del fondo de los contenedores de basuras. Puso la tele y no se paraba en ningún programa. Pasó la tarde zapeando hasta que frustrado , poco antes de las diez se fue a dormir. Despertó a las siete. Ligeramente recuperado. Un par de tostadas. Introdujo las dos rebanadas y estuvo muy atento a que no se ennegreciesen. Le gustaban tiernas. Palpó el borde y una nueva rampa le recorrió el brazo hasta poco más arriba del tobillo izquierdo. Le escocía. Miró y vio en la zona dos puntos negros. Devoró las tostadas. El mismo pan, la misma mermelada de marca gene´rica y bite de kilo pero le supieron deliciosas. Abrió la ventana, gorjeos,trinos y arrullos, rosas claveles y azahar. Música Las danzas Polovsinas del príncipe Igor y retomó una novela que abandonó de Umberto Eco, La Isla del Día de Antes. Tres horas. La encontró deliciosamente elegante. Recitó sus párrafos favoritos. Se sintió feliz. Comió y echó una nueva siesta. Tres horas. Se despertó pesado con dolor de cabeza, mal sabor de boca, la ventana que había quedado abierta no le traía más que ruido de la calle y olor a humo. La cerró. Zapeó. Pidió una pizza que encontró asquerosa y se acostó poco antes de las diez.
Amaneció. Hambre. Tostadas. Estaba deprimido, incluso se había despertado con náuseas agrias de un estómago vacío. Recordó la tostadora. Extrajo las tostadas del mismo modo. REcibió con goxo la coprriente que le hizo cerrar los ojos y le enarcó una sonrisa en el rostro. Después leyó, escuchó música, deguistçó , olfateó todo lo que le rodeaba. Por la tarde el bajón. Por la noche a pesar de encontrarse espero estuvo seguro de la relación entre la electricidad y su bienestar o malhumor. Estaba hundido. Ideas de suicidio rodeaban su cabeza. ya que la electricidad le había producido ese placer efímero que mejor forma que la electricidad para acabar con su vida. Cogió una lámpara de la mesilla, la enchufó en el lavabo y se metió en la bañera. Aida, en pleno aria cogió la radio y la sumergió en el agua quehabía cargado de sales. el placer fue sublime. como si el rayo saliese y entrase cientos de veces por cada centímetro de su cuerpo. Había hecho bien en elegir aquel método para acabar con una tarde tan desabrida. Se fue la luz. No había muerto. Eran las siete. Aun podía llegar al teatro a las diez y antes releería las Inquietudes de Shanti Andía de Pío Baroja y escucharía la voz de Fredy Mercury . Acarició a su gato hasta que el animal se marchó. Abrió un lata de Caviar que guardaba para navidad y abrió una botella de Champán. Se puso muy elegante y se fue al teatro donde gozó como nunca había gozado. Después en la tertulia con sus amigos estuvo locuaz, sensato y brillante a la vez que escuchó más y mejor que lo había hecho nunca. Exultaba cuando regresó a casa. Nunca más la depresión. Esa misma noche cogió la caja de herramientas. Localizó los puntos dle tobillo donde le habían quedado las dos señales. Atornilló don tornillos de cobre bien anclados en la tibia. Fue doloroso, pero en su estado cualquier dolor era soportable. Anudó dos cables que conectó a un enchufe macho. Nunca más. cuando notase bajón se enchufaría a cualquier lugar y adiós tristeza. Y así lo hizo, pero cada vez necesitaba más conexiones y más fuertes. en apenas un mes sólo obtenía el placer con electricidad trifásica y después con enchufes industriales. Al final, antes que lo detuvieran sólo conseguía algo de efecto enchufándose a torres de alta tensión. Lo detuvieron. Lo aislaron en una celda de madera. Lo envolvieron en cinta aislante y quitaron las bombillas. Se retorció de dolor. Gritó . Tuvo retortijones , hipo y bostezos. Palpaba las paredes, se dejó las uñas excavando buscando las rozas ocultas que contuviesen algún cable. Un mes y no mejoró. ERa apenas piel y hueso y unos ojos sin brillo hundidos. Temieron por su vida.  El juez lo alimentó a la fuerza. Una noche se declaró una tormenta en la comarca. Miles de rayos y todos parecía caer en el mismo lugar. Se escucharon aullidos unos dicen que de dolor y otros que de placer. Por la mañana la celda estaba vacía

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