martes, 3 de abril de 2018

INTRUSOS

Sales del ascensor después de un día de fiesta. Ha hecho calor. Has bebido algo y hace las suficientes horas para que te invada un intenso sopor y el deseo de echarte en el sofá. Hay diez pasos entre el ascensor y tu casa. Dejas los bultos a un lado. Buscas las llaves en los bolsillos.Al fondo del más profundo tintinean. La acercas  a la puerta y la puerta se abre. El bombín está reventado. Helado, reclamas silencio a tu espalda podrían estar ahí. La puerta se abre de par en par. No hay ruidos. Haces señas de que vuelvan al ascensor. En la calle llamas a la policía. Cuando llegan acompañas a los agentes. Pocas cosas rotas. Cajones abiertos. ropa revuelta. El joyero volteado encima de la cama. Faltan recuerdos. El anillo de tu  madre muerta, el reloj del abuelo, las esclavas del nacimiento de tus hijos. Algunas joyas regalo en días señalados. TE duelen los recuerdos que has perdido. Te molesta la invasión de tu intimidad. Te conformas con que no te han agredido a ti o a tu familia, pero no te molestaría ver muertos a los que han asaltado tu intimidad. La policía se va después de tomar huellas en el escenario. Cierras la puerta. Cambias tú mismo el bombín. Telefoneas al seguro. Y esperas. Ordenas. Cierras los cajones y las puertas de los armarios sintiendo tu casa un poco menos tu casa, tu hogar un poco menos tu hogar. Por la noche no viene el sueño. Tomas una pastilla. el sueño llega. Un ruido te sobresalta. Están manipulando la cerradura. Te despiertas. No, es un sueño, han robado en tu cosa y estás obsesionado. La hora, las tres de la madrugada. Tu compañera también se ha despertado con el ruido. Te mira aterrada, te llevas el índice a la boca y le suplicas silencio. Pasos en el pasillo. Detrás de la puerta que habéis dejado cerrada pero sin pestillo. Abren la habitación vacía enfrente de la tuya, siguen por el corredor hasta la sala del fondo, las dos habitraciones que habían dejado sin registrar. Escuchas el roce mínimo de la apertura de nuevos cajones. El movimiento de la ropa. Y de nuevo pasos. No puede ser. Dos veces. Dos veces en un día es demasiado. Una burla incluso para un hombre pacífico como tú. Te levantas. Tu mujer te mira con un grito silencioso. En la sala de enfrente hay un brasero. LO tapas con una manta para inhibir la combustión. Vuelves a tu habitación. Escuchas los pasos de regreso. Se detienen frente a tu puerta. Crees que los latidos de tu corazón te van a delatar. Entran en la habitación de enfrente. Los escuchas registrar. Sales de la habitación. Ahora no te importa que te oigan, cierras la puerta y la bloqueas con una madera enganchada al picaporte. Sellas las zonas donde la puerta tiene holgura con pañuelos. Es una habitación sin ventanas. Los dos hombres empujan la puerta como bestias espantadas. dos o tres minutos. Te increpan, te amenazan de muerte, la puerta es sólida. Los golpes cada vez son más débiles, las voces cada vez más escandidas, las amenazas menos enérgicas. Cinco minutos más y notas los cuerpos, primero uno y después el otro escurrirse por la puerta hasta el suelo. Tu mujer te llama entre susurros cariño desde la cama. Esperas paciente, dos tres, cuatro, cinco minutos hasta que dejas de escuchar una respiración que ya era muy débil. Quitas los sellos de puerta. Quitaq la madera que la bloquea. Tu mujer te pregunta qué ha pasado. Le dices que no sabes nada, pero que ya no hay ruidos. Por la mañana abres la puerta a empujones porque los dos cadáveres con el rigor bloquean la entrada. No respiras para no caer con el mismo mal. Llamas a la policía. Has encontrado a dos ladrones reincidentes muertos en la sala que estaban asaltando. El brasero mal apagado. El polició os advierte que llevéis cuidado con los braseros, que podría haberos pasado a vosotros. La mujer llora. Tú en el fondo lamentas una muerte tan dulce.

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