lunes, 16 de abril de 2018

PARALISIS CEREBRAL

Nacíó normal. Según lo cánones. Un buen apgar. Peso perfecto. Llanto sonoro y el meconio expulsado a su tiempo. Caminó antes de un año. Leyó a los tres y escribía a la perfección antes de los cuatro. Su madre siempre recordaba un parto sencillo. Un apretón y el niño estaba fuera, cogido en el aire literalemte por la comadrona. Buen alumno de sus profesores. Excelente hijo de sus padres. El mejor amigo de sus compañeros. Criarlo fue un placer para sus padres, verlo una delicia para sus vecinos,nadie podía recordar una anécdota desagradable, y sin embargo todos recordaban momentos en que sus ideas o sus comentarios enriquecían los proyectos de la comunidad. Lideró varias asociaciones. Reclamó al ayuntamiento de forma razonada espacios de bienestar para los vecinos. Y a la vez estudiaba. Con notas magníficas, las mejores.que le permitían mantener una beca sin la cual no habría podido seguir estudiando. Dormía tres o cuatro horas. La vida era un privilegio y tenía que ser vivida con intensidad. su inteligencia, su capacidad que todos le halagaban tenía que regalarla al mundo. Ideas. Siempre ideas. Novedosas. Apropiadas. Espontáneas y frescas. Las neuronas a  mil por hora. Cuanto menos tiempo, cuanto más de última hora eran las propuestas o los encargos, más rápido, con más precisión funcionaba. Sin fallos.

Un día su cerebro se paró. Stop. No fue un ictus o una apoplejía. No sufrío un tumor cerebral, ni una enfermedad desmielinizante, tampoco fue consecuencia de un traumatismo. Ocurrió. simplemente ocurrió. amaneció. Abrió la ventana y supo que desde ese instante su cerebro se había detenido, los pensamientos de la noche anterior y quizás los sueños que apenas recordaba, fueron los últimos. No tuvo la consciencia de que se tratara de algo triste. No se sintió estresado ni abrumado. Le pareció algo natural.. Había ocurrido. Su nuevo ser sería incapaz de admirar creaciones de su ser antiguo. La creatividad desapareció. Un cerebro detenido, sólo responde a automatismo, reflejos más o menos condicionados, instintos y algunas pasiones poco elevadas. No fue al médico porque no lo creyó necesitarlo, pero sus compañeros, sus amigos, sus clientes decidieron llevarlo a un prestigioso neurólgo, quien certificó la parálisis de su cerebro, pero no supo decir a tenor de las pruebas, si esa parada era una parada definitva o una parada biológica que pudiese conducir a una recuperación de un racioncinio no ya brillante sino medianamente normal. Recomendó que lo viera un psiquiatra. Lo encontró deprimido, pero mientras que no se diagnosticase su  mal, no podía poner un tratamiento correcto. Recomendó el reposo y el psicoanálisis por si fuese alguna especie de conversión histérica. Quisieron llevarlo a especialistas de otras ciudades o de otros países, pero estaba ya cansado, pidió ayuda para ganarse la vida con un cerebro tan justo. Lo pensionaron de forma miserable pero con sus pocos gastos suficiente para no pasar hambre o frío. Se fue a vivir a una casa pequeña con un huerto de quince metros cuadrados donde plantaba las rosas más hermosas del vecindario. Una mañana sintió que su cerbro había despertado, era capaz de trabajar deprisa, más deprisa que nunca y contra presión. Se había curado. Su don había vuelto. Miró las rosas, los claveles, los pensamientos y los geranios. Quitó toda luz de su gesto y fingió la parálisis de su cerebro.

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