sábado, 18 de febrero de 2012

Palabras

Parolo nació un martes.
Era un niño al que le gustaba estar solo.
Leía continuamente. Desde siempre deseó escribir. Pronto enlazó palabras como otros enlazaban notas. Guardó lo que escribía. Escribía lo que sentía y sus palabras rezumaban las heridas de su biografía de niño normal.
Los relatos cada vez ganaban extensión. Las frases complejidad. El lenguaje claridad. Las historias se cargaban de las emociones que Parolo vivía solo.
Envió relatos y alguna novela que fueron rechazados por una editorial tras otra. Cada devolución le dolía.
Parolo descubrió internet. Colgó sus relatos. El azar le trajo lectores. Los lectores le trajeron otros lectores. Sus palabras, sus frases circulaban de boca en boca. Bajo sus escritos se arracimaban comentarios, algunos incluso apasionados. Por encima de todos, los de quien firmaba como Esparta le conmovían. Y Esparta se apasionaba en sus respuestas. Intercambiaron sus correos, después sus teléfonos y cientos de mensajes. Parolo estaba enamorado, Esparta también de Parolo.
Era una unión sin fisuras que se intensificaba cada día que coincidían. La pasión se sumó al amor. La costumbre al amor y la pasión. Nunca era suficiente.
Querían compartir sus vidas. Había inconvenientes. Lo iban a hacer . Pero en el último instante una duda de Parolo, dudas larvadas de Esparta . Todo acabó. Silencio.
Pocos días después volvieron a verse. En sus ojos quedaba aun un rescoldo. Las palabras no fluyeron. Hubo algún SMS frío que dejaba dudas. Parolo decidió intentarlo. Se empleó con sus palabras. Esparta respondió que Parolo era ya un recuerdo pero a pesar de todo “nunca querré dejar de leer tus palabras”.
Parolo se volvió loco. Sintió celos de sus propias palabras. Lanzó el ordenador contra la pared. Quebró los lápices. Desgarró el papel. Se arrancó la lengua y se cortó las manos . Había acabado con las palabras que primero tanto placer y después tanto dolor le habían causado.
Parolo no dejó de pensar historias que reservaba para aquella que fuese capaz de leerlas en sus ojos. Deseó que fuese Esparta.

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