martes, 20 de marzo de 2012

CÓDIGO ICTUS

Nunca pensé que el lugar más seguro de mi Hospital fuese el depósito de cadáveres.
 Hacia las once de la noche llamaron de Cieza porque enviaban un posible código ictus de un hombre joven. A las doce llegó la ambulancia con el paciente atado a la camilla, su madre y un enfermero que llevaba la mano vendada rezumando algunas gotas de sangre. Los pasaron a las camas.

“¿Qué le ha pasado?” “No lo sé pero cuando ha regresado del trabajo caminaba con las piernas separadas y los brazo colgando, tenía la mirada perdida y ha mordido a varias personas en el cementerio” “¿El cementerio?” “Es enterrador. La policía local del pueblo lo ha reducido y lo ha llevado al hospital ”. Luis Muñoz el coordinador de puerta tomó el informe: sospecha de apoplejía de tronco cerebral. “Avisad al neurólogo” “Luis me voy que esta noche vuelo a Nueva York” Se despidió el enfermero de traslado que llevaba mala cara.”Cuídate eso” “Ya me he hecho una cura”

“Este escáner es muy raro. Es como si el cerebro se hubiese secado.” La neuróloga estudió las imágenes, pero ante la duda decidió la arteriografía para romper el coágulo que presumiblemente había producido el daño. Ahí empezó la catástrofe. Mientras el anestesista le cogía una vía, le apartó una de las correas y el paciente le mordió en el brazo al enfermero. La correa se terminó de soltar y uno a uno el neuroradiólogo, neurólogo, enfermeros, residentes celadores y auxiliares fueron mordidos. Caían rendidos al suelo. Se levantaban a trompicones. Miraban a su alrededor buscando una mirada límpida todavía. Sucesivamente cayeron todos los radiólogos, después laboratorio, cafetería y servicios centrales. Muchos salieron en dirección al Palmar y a Murcia. Subieron planta a planta buscando cerebros que sorber y vísceras que comer.

 Era la una cuando la residente de guardia me avisó de ruidos. Salimos y de la sexta llegaban alaridos. Por la escalera de incendios del fondo de las dos séptimas aparecieron compañeros ensangrentados convertidos en no sabía qué. Gritos. Alaridos. Algunos esperaban mudos el ataque. “Tenemos que huir”. La seguí. Los seis ascensores subían a la vez. El montacargas estaba parado. Ahí. Bajamos al segundo sótano . Corrimos. La salida a la calle estaba bloqueada. Anatomía patológica. El depósito. Sus cadáveres habían muerto antes del desastre. Nos encerramos. El frío impedía salir nuestro olor. Oímos ruido fuera. No intentaban entrar. Respiramos el aire helado acurrucados el uno al otro. Nos quedamos dormidos.

 A mediodía nadie nos socorría .Cada uno con un auricular conectado a su iphone escuchamos la radio. Pocas emisoras funcionaban y con mensajes automáticos. El mal se había extendido por todo el mundo. Por la tarde internet dejó de funcionar.

 Quizás estábamos solos en el planeta. La voracidad de aquellos seres les llevaría en unas semanas a su extinción. Había que esperar. No había más comida que los cadáveres. Teníamos agua. Y nos teníamos el uno al otro para un nuevo renacer de la humanidad.

Fue entonces cuando me di cuenta que una vasectomía podía haber dado la puntilla a toda la humanidad.

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