sábado, 31 de marzo de 2012

EL LUGAR ADECUADO

Desde hace una hora me oprime la muñeca y el brazo izquierdo. Es un dolor variable en intensidad pero fijo. Sacudo la mano y la articulación parece estar bien. Estoy en la segunda planta de la Arrixaca. El ascensor no llega. Subo el primer tramo de escalera y el dolor se agudiza. Me estoy preocupando. Comienzo a sudar. Me detengo. No me puedo quedar ahí. Estoy solo. No me encuentro bien. Me encuentro muy mal. Subo el tramo de escaleras que me queda para la tercera. Debo tener mala cara porque dos pacientes con aspecto de delincuentes me miran extrañados. Una bocanada de aire es un esfuerzo que no consigo. Miro a los pacientes en el banco y me miran. Mis latidos son lentos. No puedo pensar. Estoy débil. Me flaquean las piernas. Necesito ayuda. Me apoyo en el marco de la puerta y me desplomo.

 Quedo boca arriba. Un hilillo de saliva se desliza por la comisura de mi labio. Los dos pacientes de mal aspecto me miran de muy cerca. Aunque me estoy muriendo siento su aliento. Con sus dentaduras espero que no sean ellos quienes inicien la reanimación. No, me cogen por los brazos y me arrastran hacia la puerta donde a las 8:30 han visto entrar muchas batas blancas. Está cerrada y la llave es electrónica. Me dejan caer y golpean la puerta. La puerta se abre. En cuatro minutos más sin latido mi cerebro será una gacha irrecuperable.

 Es la sesión de trasplante hepático de cirugía. Como mi cabeza cuelga los veo boca abajo. Hay un paciente con pijama azul en el centro al que todos miran. El profesor Parrilla le pellizca el brazo y camina alrededor de él. Sacude la cabeza. Es apto. Le iba a tender la mano cuando ve entrar a mis salvadores y a mí. Me ponen en una mesa pequeña que apenas me sustenta el tronco mientras cabeza y extremidades cuelgan, y eso que no soy muy alto. Sólo veo a algunos pero todos me miran. Hay silencio. Se dan cuenta de la gravedad. Reconozco a mis compañeras Narvin y Magui pero no alcanzo a ver sus caras.

 El profesor Parrilla da una vuelta a mi alrededor . Nadie se mueve. Nadie habla. Se lleva el puño a los labios. Guiña los ojos. Piensa. Concentrado. Un silencio absoluto.

 “¿Alguien sabe cómo se llama este chico?”. Dice con esa voz profunda que transmite tensión y seguridad . Desde mi silencio le agradezco lo de chico. Seré un cadáver con buen aspecto. “Profesor Parrilla ,es ast, Antonio, bueno el Dr Sánchez Torres” Es la voz dulce de Narvin mi residente. Se me nubla la visión. Intento recordar, pongo una última imagen y me entrego a mi destino.

 “Antonio, levántate y anda”. 

A lo lejos un latido, y otro y otro. Las fuerzas regresan poco a poco a mi cuerpo. Me levanto. Camino y me abrazo al maestro.

 Se escucha una ovación cerrada. El paciente a trasplantar regresa a su habitación , ya sabe que él también está en el lugar adecuado.

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