jueves, 29 de marzo de 2012

EL HUECO DE LA ESCALERA

La puerta del hueco de la escalera de la planta menos uno del Rafael Méndez siempre había estado allí. Todos pensábamos que era un trastero que aprovechaba un espacio vacío.

 Puri Salmerón es la mejor lectora que he tenido nunca. Hay alguna persona que ha compartido la sensibilidad de lo que escribo, pero Puri tiene una mente analítica que es capaz de detectar una incoherencia en una novela de trescientas páginas. Además es un poco bruja ( en el mejor de los sentidos). Igual que lee tiene una sensibilidad para percibir “cosas”.

La puerta había estado siempre. Una puerta vieja un poco desvencijada para un edificio en general nuevo. Estoy hablando de antes del terremoto. Cada vez que pasábamos de camino a la cafetería Puri miraba de refilón. Si sonreía, su sonrisa se cortaba, miraba de reojo sin girar el cuello. Sin querer nos hacía mirar. “¿Pasa algo Puri?” “Nada” Unos metros y volvía a sonreír.

Un día Puri no pudo resistir más y le preguntó a Pepe el de mantenimiento que qué había en ese trastero. Pepe le dijo que ahí no había ningún trastero, que esa puerta no estaba en los planos del hospital, que ya estaba en el campo de la Torrecilla donde se construyó el Rafael Méndez y que el maestro de obras o el arquitecto habían decidido conservarla.

En 2008 los que hacíamos muchos kilómetros para llegar al hospital conseguimos el traslado. Puri tuvo que permanecer varios meses desolada pendiente de su traslado a su destino actual. Tal vez el estrés, o el sufrimiento, incrementaron su sensibilidad. La puerta ejercía sobre ella una atracción que no podía resistir.

 Una noche de guardia, cuando subía de cenar vio que era el momento. La puerta literalmente la estaba llamando. Se acercó. El candado estaba abierto. Retiró la cadena. Abrió las dos alas de madera. Una corriente de aire la succionó. Estaba oscuro. No era un hueco sino una galería. No había más luz que los brillos de humedad de las paredes. Calculó que había caminado una hora cuando al final del túnel vio una luz y escuchó música de cítara y flauta dulce. Se pegó a la pared. Se asomó y vio un mundo pequeño de elfos que caminaban entre bosques enanos de musgo a la luz de luciérnagas y pastoreando ratones y murciélagos. Las hadas volaban de un lugar a otro. Minúsculos faunos tañían la música que escuchaba. Alrededor de un riachuelo que escurría de una de las paredes abrevaban lirones. Los topos avenaban las tierras de labor de los elfos. El cielo, una gruta de pirita que refulgía imitando al sol. Puri respiró lento lento y se dio la vuelta. Llegó a la puerta. Puso la cadena. Cerró el candado. El residente y Paco López, su compañero de guardia la habían estado buscando. “He ido a dar un paseo”.

 Miró la puerta cada día hasta que se marchó pero no volvió a entrar.

El terremoto cerró la puerta para siempre. Ahora hay un muro.

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