sábado, 14 de abril de 2012

Anemia (9) Entierro de la Sardina


Salvo la cripta del local que era su nueva casa, el entorno era mucho más bullicioso. En fiestas de primavera, en Murcia, el gentío era continuo. Tenía una barraca detrás con jotas huertanas a todas horas, y los desfiles del Bando de la Huerta y los de los grupos sardineros no pasaban lejos. Actuaciones en plazas y fuegos artificiales. Un ambiente extraño para un vampiro.

Vlad llevaba muerto muchos años. Había perdido la prisa. Todo pasaba, lo sabía. Se adaptaba al ambiente allí donde estaba. Primavera en Murcia son tapas. Vlad tomaba pequeños sorbitos de muchos cuellos.

Sábado día del entierro. Ayer la fiesta terminó casi al amanecer. Se encerró en su cripta esperando el último día de la fiesta, el entierro de la sardina. Después de la Semana Santa, cargada de Cristos y Cruces, agradecía el ambiente carnavalesco postcuaresmal de Murcia, con el colofón del entierro de la sardina.

A las diez menos cuarto se despertó. Decidió salir por la puerta con la imagen de un ser humano. Detrás de la reja había dos jóvenes besándose. Vlad esperó. Ser voyeur de un beso le despertó recuerdos casi humanos de su trabajo en urgencias de la Arrixaca, de su amor cuando quiso volver a ser humano. Recordó la envidia que un vampiro no siente. Como no paraban. Abrió la persiana. No cejaron en su empeño. Vlad puso la mano en el hombro del chico. El muchacho de su talla y más corpulento le dio un manotazo que no movió un milímetro el brazo de Vlad. Se dolió. Vlad lo miró con la mirada helada de los ojos verdes de un vampiro. Soltó a la muchacha y se fue caminando lentamente. La chica lo miró. Vlad quiso probar un beso sin amor. La misma humedad cálida. La misma dulzura.  Pero no había la electricidad que te desconecta, que te rinde, y te deja sin fuerzas. Decepción. Lo sospechaba. Abandonó los labios y buscó la yugular y sorbió. Una sangre dulce y aterciopelada con un gusto de claveles de Murcia y alcohol mucho alcohol barato. Se detuvo pero la muchacha volvió a apretar su cabeza contra su cuello. Vlad se resistió pero solo un segundo. Siguió sorbiendo, se detuvo. No quería matarla. No por piedad, sino para no perder esa sangre en el futuro.

Se sintió eufórico. Más que nunca. Simpático. Locuaz. Sociable. Un hombre que pasaba le preguntó la hora. Se rió. Iba a decirle que a él el tiempo no le importaba, pero balbuceaba, su hablar era gangoso. Corrió. Dio saltos mortales por la calle. Se paró y se sintió triste. Le invadió la melancolía de la ausencia. La recordó. Toda Murcia estaba en la calle. Ella estaría en la calle. Subió muy alto. En la Gran Vía, frente a hacienda en el lado de la Plaza de las Flores. Quería impresionarla. Alardear delante de ella. Que viera lo que había perdido. Tomó la forma de Vlad con alas membranosas enormes. El desfile comenzaba a pasar el puente de los Peligros. Vlad descendió desde las alturas a la Gran Vía, justo delante de la policía municipal que encabezaba el desfile. Hizo un looping vertiginoso en la Gran Vía. La miró y ella le vio. Se paró donde ella estaba y donde estaban todas las cámaras. Escuchó una ovación del público. Sintió vergüenza por haber roto la discreción que se le exige a un vampiro. Corrió a pie, se salió del desfile y se convirtió en humo. Tomo dos sorbos de  sangre y mucho antes del amanecer se fue a su cripta.

Al día siguiente era la comidilla la aparición en el desfile del entierro de la sardina, pero nadie sabe por qué  ningun cámara consiguió una imagen de aquella atracción portentosa. 

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