domingo, 1 de abril de 2012

EL PARKING

El 6 de Junio de 2008 un residente de endocrinología había pedido permiso en la puerta de urgencias para, una vez acabado su turno a las 5 de la madrugada, marcharse. Tenía que coger un vuelo a las 8:30 en San Javier. Llevaba dos ponencias a un congreso.

 La guardia estaba resuelta. No quedaba nadie por ver en el triaje. Nada por resolver en los cajones. Los pacientes en camas estaban estables. Cogió su mochila y salió. En casa tomaría una ducha. La maleta la tenía preparada. Siempre aparcaba fuera pero para no tardar mucho había dejado el coche en el parking público.

 Pagó en la primera planta. Y cogió la escalera más cercana. Dos plantas. A cada planta cambiaba el color de la línea de las paredes. A esa hora un parking es un desierto.

 Cuanto más bajaba le rodeaba un silencio como fuera del tiempo. Recordaba que había llegado tarde, que el parking estaba muy lleno, que había bajado algunas plantas, pero no recordaba cuantas, no recordaba el color de las paredes ni la zona exacta. Salió en la menos tres de las escaleras. Cuatro o cinco vehículos pero ninguno el suyo. Volvió a la escalera. Lo mismo le ocurrió en la menos cuatro y la menos cinco. El asa de su mochila estaba comenzando a humedecerse . Llegaban algunas palpitaciones. Se estiró con el dedo el cuello de la camiseta ajustada. Sus intestinos se movían y le estaban dando ganas de orinar. Juraría que lo había dejado en la menos 3, pero allí no había nada. ¿Se lo habrían robado?. Regresó a las escaleras y siguió bajando. No recordaba tantas plantas. Eran gemelas a las anteriores pero la menos cuatro, la menos cinco estaban vacías. La menos seis era la última. Por fin. Allí en medio estaba solo su coche. Juraría que no había bajado tanto, pero la fatiga y las prisas te juegan malas pasadas.

 Tranquilo. Respiró hondo tres veces y se concentró en su viaje. Marcha atrás se situó en el carril de salida. Estaba solo, por lo que atajó entre plazas de aparcamiento. Circuló siguiendo las flechas del suelo y al cabo de cinco minutos estaba en el mismo número de plaza del que había salido. Volvió la humedad al volante. Los fluorescentes dejaban ver de forma diáfana la explanada de columnatas, pero el bloque de la rampa no estaba. Dio una vuelta muy lento por el perímetro. No había ninguna rampa. Era imposible pero no había ninguna salida. Se bajó y buscó las escaleras. El hormigón formaba una muralla homogénea sin fisuras ventanas o puertas. Estaba encerrado. Miró el móvil. Sin cobertura. En el coche tocó el claxon sin respuesta. Gritó. Preguntó si había alguien. Sólo eco.

 Desesperado, se durmió. Cuando despertó el reloj de pulsera y el del coche se habían parado a las 6:06. No había luz a su alrededor. Hacía calor y el aire olía a humedad. Abrió el coche, cogió la linterna e iluminó. El hormigón había desaparecido. Pisaba tierra y las paredes y el techo eran de caliza. El silencio era el mismo. Gritó y había menos eco. Se encerró. Se volvió a dormir.

 Cuando volvió a despertar intentó abrir la puerta y no pudo. Iluminó con la linterna. En las lunas laterales, en el parabrisas había tierra y raíces. El peso estaba agrietando los cristales y venciendo la chapa.

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