viernes, 20 de abril de 2012

FIEBRE.

El día que me puse el termómetro por primera vez, llevaba ya tres días destemplada. Treinta y ocho grados. No tosía. No tenía molestias al orinar. No me dolía la cabeza ni tenía diarrea. Ningún absceso. Sólo cansancio y más cansera que cansancio. La cansera es la falta de energía del murciano. La debilidad de un cuerpo que no obedede a la voluntad. No tienes gana ni de abrazar a los hijos que has parido.

Me estaba consumiento. Los tratamientos no tenían ningun efecto. Me miraba al espejo, sin ganas de arreglarme, ojerosa con mirada lánguida y el canto interno de los ojos siempre húmedo. Seguía trabajando. Estaba yo sola en mi panadería. No podía cerrar la persiana de un día para otro. Las clientas que venían a coger su dosis de conversación a cambio de una barra de pan o de una bolsa de madalenas ya sólo compraban. Alguna, no todas, me preguntaban qué me ocurría. La fiebre. "Estás delgada". "La fiebre" "Estas triste" " La fiebre" "¿Tienes la regla" "No, la fiebre". Llegaba arrastrándome al final del día. Contaba los segundos de los últimos cinco minutos antes del cierre.  Cuando llegaba el cliente que siempre llega cuando agachas la persiana, me echaba a llorar, delante de él, lo atendía pero entre lágrimas. "Perdona".

Una semana antes de ingresar en el hospital comenzaron las pesadillas.De día la fiebre de noche las pesadillas. Soledad. Oscuridad. Voces. Rostros con risas tristes y otros con muecas de burla o dolor. Caminar sin ver, tanteando a cada paso el suelo. Fatiga de tanto caminar y siempre con la sensación de seguir en el mismo lugar. Cuanto más cansada más risas. Miedo no. La misma cansera en sueños que despierta.

Ingresé hace diez días. He tenido ya dos compañeras de habitación. Una sanó y otra ha muerto. Sé muchas cosas que no tengo, pero no sé por qué me pasa esto.Veo los rostros de los médicos frustrados con cada una de las pruebas. Si formo un anillo con el pulgar y el índice puedo abrazar mi brazo. Me cuesta respirar. Me dicen que si mi riñón sigue fallando tendrán  que dializarme. Me estoy muriendo.

Mi último compañero ha muerto. Meten una nueva cama. "Hola. ¿Cómo eztaz?" Me mira. Es una mujer con Down, su habla es gangosa y cecea."Bien". Y me doy la vuelta porque no tengo ganas de hablar. Ni de nada. Cuando uno siente que se muere pierdes las ganas de hacer todo lo que deseabas. Quizás porque no tienes fuerzas."Tú no te eztaz muriendo. Yo zí" "¿Y tú como lo sabes?" "Tengo un ángel conmigo que me va a llevar al cielo" Su madre sonrió condescendiente, pero salió y tuvo que meterse al baño con la mano cubriendo el rostro. "Tu angel eztá prezo" "¿Qué?" "Tu angel eztá atrapado dento de tí". La madre salió del baño con los ojos rojos e instó a su hija a que descansara.

De noche, a las once, tomo el orfidal que me permite dormir dos horas. De madrugada, no sé la hora, he despertado. La muchacha está de rodillas apoyada en mi cama. Me mira fíjamente con sus ojos rasgados. "¿Qué haces que no duermes?" "Mi ángel quiede libedad ad tuyo" Me toma la mano. Primero siento una mano regordeta de niño, pero de piel seca como la de un escualo. El tacto se hace firme. Siento como si tomase posesión de mi cuerpo. Mi columna se estira, se pone rígida y se incurva en opistótonos. Es doloroso. Estoy débil creo que no lo voy  a soportar. Me pone la otra mano en el vientre justo por encima del pubis. Cuando llega al estómago siento náuseas. Mientras asciende  por el tórax tengo dos arcadas. El estómago, los intestinos se contraen. Mis yugulares están hinchadas, la cara, los labios morados, los ojos rojos. Una arcada descomunal. Siento como se desencaja la mandíbula . De mi boca asciende una figura como un reptil o un murciélago de ojos rojos . Miro a la niña . Trata de atrapar su cabeza, pero desaparece con un gesto de angustia. Pierdo la consciencia.

"Enhorabuena. No tienes fiebre por primera vez" Mi compañera de habitación duerme. Parece cansada.

Cuando los médicos pasan visita, se felicitan: por fin su tratamiento ha tenido éxito.

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