sábado, 14 de abril de 2012

TOILET


Se oían ruidos en el cuarto de baño adyacente a la sala de exploración.

La colonoscopia de Juana, una mujer de mediana edad, había terminado sin problemas. Estaba despejada una vez había pasado el efecto de la sedación, pero se encontraba un poco hinchada por lo que pidió acceder al baño, al que se entraba desde la misma sala. La auxiliar le indicó que no echara el pestillo, que no iba a entrar nadie. Improvisó una falda con la sábana y cerró la puerta.

Es incómodo estar detrás de la puerta de un baño ocupado. Tienes la sensación de invadir la intimidad de alguien, pero no hay otro remedio porque hay que hacer el informe en la misma sala. Normalmente no prestas atención, pero esta vez en el baño los sonidos habituales eran distintos. La mujer que había entrado tranquila ahora gritaba. Primero un chillido agudo que llamó la atención de medio hospital. Después ruido de golpes y después pidió socorro. La puerta se abrió, se estampó contra la pared y la mujer salió corriendo con la toalla colgando cubriéndola solo por delante. El rostro demudado. Lloraba y señalaba al baño.

“Señora, tranquila” “¡Una mano!” “ Tome usted la mía y siéntese” “ ¡Hay una mano en el baño! ¡Hay una mano en el baño!”  “No se preocupe, es la medicación que le ha jugado una mala pasada” “ ¡Había una mano! Me he sentado a …aliviarme y he sentido que algo me acariciaba la nalga y me ha pellizcado” “Es una alucinación. De todos modos voy a entrar al baño y lo voy a comprobar y así usted se tranquiliza” Enjugó sus lágrimas. Hipó un par de veces. Siguió mis pasos con la mirada. La puerta no se había cerrado. Levanté la tapa de la taza y no había nada. Tiré de la cadena. Tomé la escobilla y la froté contra el sanitario. “Nada” “No sé. Quizás tenga usted razón. Lo debo haber soñado. Gracias”

La señora se levantó. Estaba chocada, no se preocupó de cubrirse el trasero. En su nalga izquierda en la convexidad había una rojez que comenzaba a tomar tonos violáceos.

Estaba de guardia. Por la noche hicimos una urgencia en la misma sala. Mis intestinos se movieron y me acerqué al baño. Antes de sentarme destapé el sanitario. Miré su interior. Me pareció ver unas ondas en el agua pero me senté. Antes de relajarme oí el agua del fondo agitarse. Algo me rozó. Me levanté. Cogí la escobilla a mi derecha me giré y la atrapé justo en el fondo cuando ya se retiraba hacia el sifón. Era una mano, con reloj y dos anillos. La escobilla no pudo retenerla más que unos segundos y yo no estaba dispuesto a cogerla con mi propia mano. Desapareció hacia el sifón con un movimiento similar al de un lenguado o un rodaballo.

No he vuelto a usar ese baño. En realidad no uso ya ninguno con tranquilidad.

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