martes, 10 de abril de 2012

RECORTES


Las instrucciones desde el ministerio a la consejera de sanidad habían sido claras: Un recorte de al menos un veinte por ciento en la factura de farmacia de la Arrixaca. “¿Cómo?” “Tú verás” “ Desde cuando” “Ya estás perdiendo tiempo” Y le habían colgado al Gerente. El Gerente a su vez convocó a su equipo directivo y les hizo un planteamiento similar. Los directivos reunieron a los jefes de servicio en los mismos términos. Fue un día de reuniones intensas. Los viejos cánones de la calidad no servían. Se imponían soluciones imaginativas. Con tanto y tan buen cerebro pensando no habría ningún problema.

La primera medida fue exigir a los facultativos informes para solicitar cualquier medicamento. A las enfermeras justificar a partir de un número de gasas. A las auxiliares por el número de esponjas jabonosas. Balance semanal: Se aumentó el gasto un diez por ciento.

Nuevas reuniones. Camarillas. Acusaciones veladas. Mucha masa gris pensando encontraría esta vez sí la solución.

La semana siguiente, el clásico carrito de unidosis, donde en cada cajoncito se encuentra el tratamiento de un enfermo se vio sustituido por una bandeja de plata o alpaca grabada con extraños motivos, con una bolsita de cuero por paciente liada con un cordel de piel. El celador traía aquella bandeja justo al amanecer. El sistema de prescripción seguía funcionando sin cambios, cada paciente tenía diez o doce anotaciones para una sola bolsita. Varios pacientes más sagaces vertieron el contenido de la bolsita en un plato y no encontraron diferencia entre un infartado y un enfermo de sida. Pero las instrucciones eran claras. A tragar todo el mundo. Y eso que el olor que despedían las bolsitas y su sabor eran nauseabundos. “Más curará” Tranquilizaban las auxiliares más veteranas.

Fuera cual fuera el aspecto, lo cierto fue que cada vez había menos pacientes ingresados. Comenzaron a detectarse curaciones milagrosas en todas las especialidades médicas y quirúrgicas. Menos de la mitad de camas estaban ocupadas, los quirófanos funcionaban al treinta por ciento, la UCI estaba vacía. Con una expectativa así, urgencias estaba a rebosar, y aún así el hospital no se llenaba.

Mi residente José me advirtió una tarde de guardia que las paredes iban tomando un color cada vez más amarillo y que aquel extraño olor iba llenando poco a poco cada rincón. Bajamos a la capilla y la cruz estaba al revés “Se habrá caído Jose” además hacía mucho frío. Por la noche uno de los pacientes enfermó, se agitó y decía que veía demonios por todas partes. Cuando la enfermera se acercaba blandía una cruz. Prescribí risperdal y el celador vino poco después con una de aquellas bolsitas. Le dije que no quería bolsitas, quería una ampolla. Encogió los hombros. Llamé al interfono de farmacia. No contestaban. Me cabreo pocas veces, esa fue una de las ocasiones. Bajamos a la menos dos por el ascensor número seis que esta vez se comportó. Lo rodeamos. Por debajo de la puerta de farmacia se filtraba un humo denso del mismo color amarillo anaranjado que tenía las paredes. El olor era intenso. Un olor picante a azufre. La luz amarilla oscilaba y las sombras con ella. Salió alguien desnudo y al instante su cuerpo se cubrió del pijama. En la mano una bandeja con una entrega de uno de los saquitos.

Jose y yo nos colamos. Nos colocamos detrás de un estante con ruedas y nos acercamos a la sala. En el centro de un salón había una enorme marmitaal fuego amarillo y una señora enormemente gorda malencarada con una gran verruga en su nariz larga removía su contenido. A su alrededor en corro entre risas ebrias bailaban a medio vestir o desnudas mujeres hermosas acariciadas y mimadas por íncubos y súcubos. En los rincones hombres y mujeres s revolcaban, mientras la bruja mayor echaba y echaba ingredientes a la marmita mientras pronunciaba una salmodia ininteligible.

Poco antes de amanecer. Del interior de la marmita brotó la imagen un macho cabrío que berreó, lamió los senos de la anciana. Escupió en el interior del mejunje y desapareció. En un instante todos los danzantes dejaron de bailar. Voltearon la marmita en pequeños moldes que después colocaron en las bolsitas.

La puerta se abrió. Entró la Jefa de Farmacia. “Buen trabajo, hemos reducido el gasto a un veinte por ciento” “Nuestro jefe también está contento cada vez más almas. Pronto empezaremos en los Arcos y el Rafael Méndez”  “ Adiós” y todas, menos la jefa de farmacia salieron con sus escobas por la ventana antes del primer rayo de sol.

Cuando salió. La seguimos sin que reparara en nosotros, subimos a la sesión y dimos el pase.

2 comentarios:

carlos garcia dijo...

animando al enfermo.....¿he?
en tu crónica, no haces mas que corroborar, la idea que todos teníamos de "la arre y saca"

que tal andas?

ast alias ash dijo...

SE va ampliando el círculo, pero trabajo en un sitio que para muchos es como Fátima. Me gusta desmitificar.