domingo, 29 de abril de 2012

CENICIENTA


Al despertar, a tu lado hay una anciana. Más de ochenta años. Pelo largo gris. La dentadura sumergida en un vaso en la mesilla. Duerme. Miras debajo de las sábanas. Está desnuda. Tú también lo estás. Te duele la cabeza y después de verla te duele más.

Por la noche te acercaste a una chica. No le preguntaste su edad para no averiguar cuantos años era más joven que tú. Recuerdas sus labios turgentes. Su sonrisa. Unas facciones muy agradables. También un beso. Nunca te habían besado así. Te dejabas llevar porque te gustaba mucho donde ibas. Es emocionante cuando todo es tan fácil, como respirar o caminar.

La mujer se mueve. Un pecho flácido se descuelga por encima de la sábana. Se gira hacia ti. Su brazo te busca. Te vas al borde de la cama, desde donde miras a todos lados buscando tu ropa.

Era temprano para la hora a la que la gente solía salir. Poco más de las once. Ella  miraba continuamente el reloj. Le preguntaste si no estaba bien. Te respondió que estaba muy bien pero que a las doce tenía que estar en casa, si no le ocurriría algo terrible. Supusiste que su padre era muy severo. No era cuestión de su padre. Era algo mucho peor que no te podía decir. Respetaste su silencio. Ahora te  estás arrepintiendo de tu discreción.

Tu ropa está entre la butaca y el suelo. Te deslizas entre las sábanas sin hacer ruido.

La pasión llegó a un punto en que estaba casi al desbordarse. Le ofreciste ir a un hotel. Miró hacia abajo. Le pediste disculpas por tu oferta. Sus padres no estaban. Si tú querías podíais ir a su casa. No te lo pensaste. Ahora ya te arrepientes porque no te acuerdas de nada más que del despertar.
A las once y media os estabais desnudando en el dormitorio que ahora quieres abandonar. Te queda una última esperanza. Que se trate de un a broma. Que mientras dormías, han cambiado a tu pareja por su abuela o su bisabuela o incluso tatarabuela. La anciana resopla en la cama. Te sobresaltas. Se da la vuelta y deja a la vista el tatuaje de su nalga. El es mismo que besaste anoche. En el cuello la misma gargantilla y en la muñeca la misma pulsera de alpaca que le compraste en el mercadillo antes de subir al coche. Ella no va a desenmascarar la broma. No hay ninguna broma. Te levantas. Coges tu ropa. Te vistes a medias. Tanteas las llaves del coche en  los bolsillos. Abres la puerta y sales en silencio.

En el coche, a los pies del asiento del copiloto encuentras un zapatito no mayor de un treinta y seis. Anoche ella lo vestía. Arrancas. Cuando estás en la autovía abres la ventanilla y lo tiras.

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