miércoles, 4 de abril de 2012

POR FAVOR QUE ESTOY CANSADA

Carmen, la limpiadora de la séptima derecha es la persona más hacendosa y prudente que nadie pueda imaginar. Nunca la ves quieta. Cuando acaba con los suelos se empeña con las paredes. Y todo lo hace seria, sin quejarse, sin rechistar con una expresión majestuosa en su modestia.

 Un día de hace diez años Carmen fregaba el suelo de la planta. Lenta. Meticulosa. Constante. Se incorporó un instante para estirar la espalda. Miró atrás y en el suelo junto a la habitación 712 salían unas pisadas húmedas de unos pies descalzos. Llegaban al centro del pasillo. Ahí hacían como que giraba sobre sí mismas y volvían a entrar en la habitación. Carmen se acercó. Eran pisadas muy grandes, al menos un 46. Abrió la puerta y en la habitación no había más que dos señoras que no calzarían ni un 36. Nadie las acompañaba y el baño estaba vacío. Carmen se afanó con la fregona y después la mopa. Se alejó, volvió a mirar y las pisadas seguían allí. En la habitación no había nadie más que las dos señoras. Se agachó con el trapo, echó un chorro de quitagrasas por si era una mancha de aceite con forma curiosa. Se alejó y al volver la cabeza las pisadas se habían formado de nuevo. Como era incapaz de cabrearse antes de empezar a mover la mopa susurró “Por favor que estoy cansada”. Se alejó para seguir con la limpieza y al volver la cabeza, esta vez sí las pisadas habían desaparecido.

 Los siguientes cuatro años cada vez que pasaba por la habitación, las pisadas volvían a aparecer, fuese quien fuese quien la ocupara. Carmen siempre las limpiaba una vez, y después una segunda, sólo a la tercera recurría al sortilegio “Por favor estoy cansada”

 Un día repitió la misma operación. Cuando susurraba “por favor que estoy cansada”, una señora la observó desde el quicio de la puerta. Carmen se avergonzó al pensar que la miraba a ella, pero la señora, donde miraba era a la puerta de la habitación que estaba entreabierta y dejaba ver el baño. Carmen sería incapaz de inmiscuirse en una vida ajena. Pero la mujer, de unos cuarenta años la eligió.”Sabe hace 15 años yo estuve ingresada en esta planta. Soy seropositiva. Tenía 19 años. En esta habitación estaba ingresado Juan. Él también lo era. Con 19 y con 21 años que te digan que tienes una enfermedad de la que todo el mundo ha muerto te hunde. Yo intenté suicidarme varias veces hasta que lo conocí. Él estaba tan desesperado como yo pero sabía encontrar resquicios de luz en cualquier lugar. Nos juramos amor eterno de una eternidad que sabíamos muy corta. Sabe, aun ingresados encontrábamos huecos para amarnos intensamente. Esa misma ducha, o la que había en su lugar nos vio muchas veces. Poníamos el agua a tope para poder gozar sin tapujos. Me ve. Se me ponen los pelos de punta cuando lo recuerdo. Poco después él murió. Yo sobreviví lo suficiente para beneficiarme de los nuevos tratamientos y aquí me ve, si él hubiese vivido algo más... ¿Me permite que entre a ese baño?” Carmen no respondió, simplemente apartó sus bártulo. La mujer cruzó el pasillo entró y cerró la puerta. Desde fuera se oyeron risas. Después el agua de la ducha a todo gas y nuevas risas entrecortadas. La mujer salió arreglándose el cabello, riendo y llorando a la vez. Los pacientes y familiares de la habitación miraban sorprendidos. “Gracias. Me ha dicho que le pida disculpas” Se dirigió a Carmen, quien siguió con expresión hierática de mujer sufrida. Se dio la vuelta y siguió fregando.

 Fue el último día después de cuatro años que Carmen tuvo que fregar las pisadas.


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