jueves, 19 de julio de 2012

CAMBIOS

A veces me cuesta reconocer mi ciudad. Los cambios se suceden tan deprisa que cuando me levanto pienso que estoy en un mundo distinto. Cuando pasas de una edad eso debería estar prohibido. Iugal que ponne señales auditivas en los semáforos para los ciegos, o señales luminosas o vibratorias en los teléfonos para los sordos, o pintan de color granate las rampas para salvar la falta de visión de volumen de los afáquicos, las ciudades no deberían cambiar en lo esencial para no despistar a los mayores.

Sigo el camino de siempre hacia mi casa y tengo la sensación de estar perdido. En el centro de salud han cambiado el lugar de mi consulta. En el supermercado han alterado los estantes de mis conservas favoritas. Mis nietos crecen y les confundo los nombres. Solo mi mujer y yo permanecíamos inmutables. O quizás envejecíamos a un ritmo similar.

El número veintitrés es mi portal. Al lado de la farmacia. Vivo cincuenta años aquí y antes vivió mi abuelo. No sé qué podía molestarles el gotelé de la entrada. Más sufrido que la madera y el aluminio. Si me hubieran hecho caso. El ascensor tiene puertas correderas. A mí me gustaban más las plegables, mucho más seguras. Impedían que la máquina se moviese mientras no estuviesen cerradas.

Tercero. Derecha. Es mi casa. Me han cambiado la puerta. Seguro que mi nuera se ha salido con la suya. Abuelo las reformas . Abuelo que tu casa está anticuada. No me gusta esta puerta. Lamento no tener la energía para conseguir quitarla. Aprovechan mi ausencia para los cambios. Por lo menos la llave abre.

Han puesto todo en venta. Han convertido mi casa en un mercadillo con mis objetos más apreciados. La mesa que heredé de mi abuelo. Las sillas imperio que me regaló la tía Concepción. Mis libros. La guitarra. Los cuadros. Los aparadores. Los armarios. Todo tiene un rótulo con el precio. Quieren liquidarlo todo para enviarmen a una residencia. María menos mal que te moriste sin ver esto. A una residencia. Venden todo para mandarme a una residencia sin consultarme. Soy viejo. Soy viejo y no tengo quien me cuide. Me meo. El baño. Qué alivio. Me he salpicado los zapatos y la pernera del pantalón. No se nota. De aquí a que salga se habrá secado.

“Don Visente, ahorita seco el suelo” “¿Quién eres?¿Qué haces en mi casa?” “Don Vicente no empesemos no más soy Nelson” “No conozco a ningún Nelson. Salga de mi casa o lo sacaré a bastonazos” Si sigue así ya me iré yo solo. Apártese que de nuevo se meó en la tapadera del váter. Mire como se ha puesto. Mire como puso el suelo” “¿El suelo?. Me he puesto nervioso al ver mis cosas en venta” “Nada está en venta señor. No son presios, son los letreros para ayudarle a recordar. Tiene usted la memoria delicada” “No iré a ninguna residencia” “ Eso espero yo, que me dure usted muchos años y el pan no faltará a mis hijos” “ Vete de mi casa” “No se me enerve. No me iré. Tómese estas gota . Le harán bien” “ Tengo sueño” “Échese que ya le quito los pantalones. Duerma y descansaremos los dos.”

No hay comentarios: