domingo, 1 de julio de 2012

COMO EL AGUA


Tenía el rostro bien embadurnado de espuma. El tronco un poco echado hacia delante. Elevó la barbilla. Perfecto. Extendió la mano derecha y comenzó a abrir surcos sobre la almohadilla de crema desde la patilla izquierda . Lentamente. A ritmo uniforme. Una caricia pero firme para cortar los pelillos de una barba larga de tres días. Retiraba la maquinilla con el cabezal blanco con su cosecha de pelos negros y alguno canoso. Abría el grifo y espuma y pelos desaparecían por el sumidero del lavabo. Afeitarse era un hecho repetitivo. Estaba seguro que si alguna vez se grababa con una cámara o con la webcam de su ordenador, los movimientos serían absolutamente idénticos. Como su vida. Si se pusiera una cámara en la frente y grabara sus días las veinticuatro horas, como hacen algunos corredores las grabaciones, de lunes a viernes  y los sábados y domingos serían gemelas entre sí.

Ahora tocaba la otra patilla. Un nuevo surco. Igual al de hacía tres días, y al de hacía seis y al de hacía un mes o un año o desde que comenzó afeitarse con catorce años. La maquinilla sucia bajo el grifo. El agua. El remolino. El sonido del sumidero y una nueva pasada.

El agua. Tiene un ciclo. Pero es libre. Cuando un ciclo es amplio deja de ser encorsetado. Después de una nueva pasada limpió la maquinilla. Vio el remolino. Imaginó el agua deslizarse, llegar a los ríos, después al mar, y un día cuando agitada por las olas volviese a estar en la superficie, convertida en vapor ascendería al cielo y sería empujada por el viento hacia las montañas. Treparía con las corrientes térmicas hasta encontrar aire lo suficientemente frío para dar lugar a lluvia o nieve o granizo, y posarse en la tierra o filtrarse por los poros o las fisuras, y llegar en días, semanas o décadas a  los acuíferos que alimentan torrentes y después ríos para de nuevo llegar al mar. Ríos, mares, montañas, grutas. No imaginaba nada más libre. Cómo quisiera ser como el agua.

Pasó la maquinilla por la barbilla. Le gustaba, le hacía cosquillas, pero a la vez una papada incipiente le hacía esmerarse para dejar un buen rasurado. Extendió la mano para enjuagar la cuchilla. Entonces sintió la fuerza del remolino que atraía el agua al sumidero. Se le cayó la cuchilla porque sus dedos se licuaron, y después los brazos y el cuerpo fueron sorbidos por el agua. Disuelto como un gel viscoso circuló por las tuberías, por los sumideros, por los sifones, descendió por las bajantes bajo los imbornales y llegó a las alcantarillas con su pestilencia, pero ya faltaba poco para el río, y después el mar y las nubes y las montañas y los bosques, quería ser nieve, permanecer posado en el suelo de los bosques hasta la llegada de la primavera. Había perdido el sentido del tiempo. La alcantarilla desembocaba en unas balsas. Cayó a una piscina. Después llegó a un filtro que le retuvo mientras el agua que lo disolvía seguía su camino. Una máquina excavadora lo  retiró y lo amontonó en un camión con los lodos y otros restos sólidos.

En medio del lodo tomó de nuevo su cuerpo humano. Sin ropa. Embadurnado de cieno en lugar de espuma. Se ocultó en la bañera del camión, esperando el lugar oportuno para huir sin ser visto. 

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