viernes, 8 de septiembre de 2017

CARAMELOS

Cuando salieron del colegio, la tarde se había encapotado. Los montones de algodón que dejaban pasar el sol se habían hecho densos y el plomo pesado de sus base parecía que se iba a romper de un momento a otro en borbotones de agua tibia. Afuera de la cancela, sobre un muro de medio metro de ladrillo visto esperaban. Ocho y seis años, Luis y lucía. Luis sabía que su madre con frecuencia se retrasaba, no mucho si todo iba bien, pero a veces las circunstancias se alargaban y debían esperar. Luis tenía instrucciones. NO moverse de la puerta del colegio. No soltar la mano de su hermana. Mamá siempre vendría a recogereles o enviaría a alguien en su lugar si le era imposible. Un chico responsable. Mamá está orgullosa de ti. Un relámpago le sobresaltó, Lucía alzó los hombros y retrajo su el cuello como una tortuga. El trueno no se hizo esperar. En el gris del asfalto empezaron a marcarse lunares negros que se fundieron. Le levantó la capucha a su hermana y le cubrió la cabeza. Le echó la mano al hombro  y la apretujó contra su costado. Los padres con sus hijos que charlaban salieron en estampida en todas direcciones. Les costó mantenerse en pie.
Una gota gruesa como un puño le empapó el flequillo. Se deslizó por su nariz y al llegar a la boca no puedo evitar lamerla, era agua pero con un toque como a barro. Algunas más, otro trueno y el suelo comenzó a hervir. Ya no se mojaban. Sintió calor a su lado. Un olor acre. Sobre sus cabezas el cobijo de un poncho."Tomad dos caramelicos. Uno para cada uno. Seguro que tienes la boca seca" "Sí" "Eso es el miedo" "Yo no tengo miedo a las tormentas . Soy mayor" "Perdón. Sé que eres mayor. El miedo no es malo. Nos hace alejarnos de los peligros, o afrontarlos. ¿Está bueno el caramelito pequeñina?" "Zí zeñor" "Hablas con la zeta. Yo tenía una hija que tambien ceceaba. Pronto dejará de llover. Mira como se ve el brillo del sol. enseguida el arco iris celebrará el fin de la lluvia" "Ez veddá" "Claro. Ya podéis salir de vuestro cobijo" "Gracias señor. Si no fuera por usted nos habríamos empapado" "Ha sido un placer teneros al lado. Mi hija la que zezeaba tambien tiene hijos" Era un hombre alto y grueso con una barba de una semana cana y recia. "Por ahí viene el coche de vuestra madre. Me tengo que ir". Se marchó. La mujer aparcó en la acera. Salió del coche sin cerrar la puerta corrió hacia los niños, se agachó y los abrazó. "Pensaba que os habrías empapado. Me ha cogido el atasco". "No pasa nada mamá un señor nos ha protegido de la lluvia". "Luis ¿que te tengo dicho?" "Sí mamá.Nada de desconocidos" "Entonces" "No sabes cómo llovía. Y tenía miedo a la tormenta" "No hay que tener miedo. Hay que ser valiente" "El miedo no es malo" "¿quien te ha dicho eso?" "El señor" "Y los caramelos de menta os los ha dado él" "Sí" "Escupidlos ahora mismo" "Eztá muy rico" "¿Qué he dicho?" "Zi mami". "Apresuremonos. Tengo que comprar algo para cenar".

El hombro siempre aparecía cuando su madre se retrasaba. Siempre. Si hacía frío los ponía debajo de su abrigo, entre el abrigo y su cuerpo que les parecía enormo. Dos caramelos de menta. Imitaba el ceceo de Lucía y sonreía. Si hacía viento los ponía detrás. Siempre estaba,siempre traía caramelos de menta. Cuando el coche de su madre aparecía él desaparecía, entre las sombras. Un día al salir había un vendaval como no recordaban. Les costaba mantenerse en pie. El anciano los sujetó fuerte. Lucía abrazada a su pierna. Y los protegió de la ráfagas con su cuerpo. A su espalda sonó un claxon.  El hombre se volvió. El vehículo se detuvo apenas a cinco o seis metros. El viento arreciaba. La madre de los niños salió del coche y corrió hacia el hombre que abrazaba a sus hijos. El hombre se giró. "Niños me tengo quemarchar" "LOs soltó, los dejo pegdos al murete. Y caminó rápido pero torpe y renqueante en dirección contraria. "Estaís bien"  "Zi mami" su madre siguió en pos del hombre que ya no  miraba atrás. Lo agarró por el gabán y lo obligó a detenrese. El viento iba hcia ellos. No podía en la distancia lo que hablaban. Hablaba sobre todo su madre. a voces y gestos. Negando muchas veces con la mano. Y cortando el aire con gestos secos. El hombre trató de hablar siempre conciliador. Después escuchó cabizbajo. Se dio media vuelta y siguió su camino en silencio. Su madre venía hacia ellos recta, tensa, roja, Lloraba de impotencia y de rabia, como tantas veces la había visto Luiis. Cogió a cada uno de sus hijos por la mano. Tiró de ellos sin aminorar la marcha. Fijó a lucía los anclajes de la sillita. Se sentó y condujo.

No volvieron a recibir caramelos de menta en los días que su  madre se atrasaba, pero Luis sabía que el hombre estaba allí. Eso lo tranquilizaba

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