domingo, 3 de septiembre de 2017

LA MALETA

Antes de llegar a la cinta continua que sacaba las maletas del avión, la cinta ya estaba en funcionamiento. Salíó una maleta gris grande, con un pañuelo blanco atado a una de las agarraderas. La cogió. La encontró pesada cuando la subió al carrito. Salió para coger un taxi. Una mujer elegante de un gusto tradicional. GRandes firmas, hermosas prendas que podía lucir cuatro, cinco o más temporadas dejando boquiabiertas a mujeres más jóvenes.Tomó el taxi. En la puerta del hotel el conserje le cogió la maleta y esperó a comprobar la asignación de la habitación. Séptima planta. Dos minutos después de llegar a la habitación el conserje le dejó la maleta. Le dio la propina y le pidió que le dejase la maleta en la cama. Marcó la combinación de apertura y la maleta no se abría. Volvió a intentar y fracasó. Probó contraseñas antiguas sin éxito. La había olvidado. Marcó uno a uno los numeros de las ruedecillas. Por fin un clic y los pulsadores de las dos cremalleras quedaron libres. Abrió la maleta. Y el contenido no se parecía en nada al contenido que debía tener. Ropa negra. Cueros, tejidos baratos de mercadillo con escotes insinuados. Sus sujetadores y sus bragas de Voctoria`s secret, su bolso de fiesta de CH, simpremente no estaban. Aquello eran trapos. Simplemente trapos sin ningún valor y de un gusto pésimo. Por la noche tenía una cena. No tenía qué ponerse. El traje de noche con pedrería Dios sabe donde estaría. Un desastre que no iba  apoder resolver en un viaje tan corto. Lloró. Pensó llamar a la conserjería del hotel, a veces esos conserjes te resuelven problemas que no sabías ni que existían, pero desistió, no podía aceptar su descuido en coger aquellas prendas. Pasó al baño y se duchó. Volvió a llorar acordándose de su neceser sus cremas sus perfumes, sus pinturas, todo menos una muestra infinitesimal que llevaba estaba en la maleta extraviada. Se duchó y cada gota de gel, de champu o de crema hidratante que cogía de los frasquitos volvía a sollozar. Salió envuelta en el albornoz. A las once de la noche era la cena reunión con el resto de los directivos del banco. Miró la cama, todas aquellas prendas en la cubierta de la cama de un hotel parecía la mercancía de un mantero. Pero sintió curiosidad. No pudo aguantar la tentación. cogió un tanga. Lo olió. Oler olía a limpio. Se lo probó. le quedaba bien. Siguió mirando. Unas medias de rejilla, y después un pantalón de piel hasta por encima del tobillo que tuvo que estirar para encajarlo en la cintura. El resultado le gustó.Un sujetador que le levantaba las tetas un poco caidas y una corpiño negro ajustado y por encima una blusa blanca.  Se arregló el pelo y registró en el neceser donde encontró un perfume de un aroma intenso. Se miró en el espejo y la verdad es que se gustó. NO era la indumentaria más apropiada, pero podría explicar la razón del desaguisado. Salió a la puerta del hotel. Levantó la mano para llamar un taxi y una meretriz le recordó que esa zona era suya. Montó en el taxi, dio la dirección del centro donde tendría lugar la cena de directivos del banco, pero quizás el taxista no la oyó o dejó que su aspecto decidiera por ella, apareció en una fiesta moterada en las afueras de la ciudad.. Sólo se dio cuenta del error cuando después de pagar y pedir el recibo de gastos, el taxista se perdió y se encontró en un descampado lleno de moteros. Uno se le acercó y le baciló, le dijo si quería montar con él entre risas del resto. Ella le dijo que con él no, pero si le dejaba la moto la conduciría. El hombre se vio abrumado. Nunca había dejado conducir su Harley a nadie, pero él había comenzado el reto, y el resto le jaleaba. Se detuvo y le dijo que llevase mucho cuidado. Ella cogió la moto la arrancó aceleró y salió a toda lvelocidad hacia la ciudad. El motero pensó haber perdido su moto, sus compañeros arrancaron motores para emprender una persecución, pero ella volvió e hizo un giro quemando rueda. Aplausos y carcajadas. sonrió. Miró el reloj. Ya no llegaba ni a los postres. Le acercaron una jarra de cerveza. Hacía meses que no bebía. Se sumó a la fiesta. De madrugada la devolvieron al hotel. Tenía una llamada en el móvil.  Varios wassaps de felicitación por el ascendo al número dos del banco. Se miró con los vaqueros. Miró por la ventana la entrada del hotel donde acababa de aparcar una fugoneta rulotte, que arrastraba una Harley en un carrito. Tocó el claxon. Y un hombre sacó el rostro por la ventana. Ella le hizo un gesto. Agradeció los wassaps, todos. Cuando llegó al del gerente, le recomendó que localizara su maleta, su propietaria, con toda seguridad era la persona que buscaban. Rellenó la maleta de sus nuevas cosas. DEjó el móvil en la mesilla , bajó y subió a la rulotte.

No hay comentarios: