lunes, 25 de septiembre de 2017

MANOS

Le gustaba alargar la mano mientras conducía y encontrarse con la de él. No tenía unas manos bonitas segun unos cánones clásicos, pero acariciar sus dedos más bien gruesos, el vello, los nudillos, la falta de una de las falanges del índice, las palmas duras, le producía un gran placer. Cuando la caricia volvía, le tocaba la palma de la muñeca, se estremecía. Renunciar  a su respiración, a su olor de hombre,sus palabras, su presencia, el aura que se mezclaba con la suya y establecía siempre una comunicación sin palabras, no le había importado tanto. Los besos y el sexo los había olvidado, pero el tacto de su mano mientras conducía no había podido, no había querido, renunciar. Sus intestinos olían mal. Humeaban cuando vació su cuerpo inerte. Pero a los cerdos no les importó el olor de sus vísceras. No iba a más.  La relación no progresaba. Había llegado a un límite que sabía que ya no podía superar. Sabía que ya no llegarían más momentos de éxtasis, más momentos de incertidumbre o de ansiedad, días de suspiros y mariposas. Las mariposas dormidas morían dejando su simiente en espera de un nuevo renacer. Pero el tacto de sus manos , las caricias de sus dedos mientras conducía no los iba a abandonar. Introdujo su cuerpo eviscerado en una bañera del trastero y lo sumergió en la sal que había acumulado a lo largo de meses.Sin visceras, sin cerebro y sin ojos, no hubo ni olor ni moscas.  No lo planificó. Bueno, sí lo planificó. Acumular doscientos kilos de sal antes del último acto si requiere algo de planificación.No se lo esperaba.El día que le pidio que se casaran . Ella mostró alegría, alegría verdadera porque supo que era el momento. Tuvieron sexo. Contempló su cuerpo. Admiró el color de su piel que tanto le gustaba. Dormía. Boca abajo. Pudo medir. Pudo palpar el punto entre dos vertebras por el que introdujo el machete.  Un espasmo. Un quejido reflejo.  Y se acabó un ciclo. Cogió su mano izquierda. La apretó a a la suya. Con el rigor de la muerte la mano se fijó como un molde perfecto apretdo a la suya.  El gestojusto que quería conservar. Lo arrastró a la bañera del trastero. Bolsa  a bolsa lo cubrió de sal. La prensó y rellenó los huecos de su cadáver. No tenía claro el tiempo, pero un buen jamón ya se hace con seis meses.  Después de Navidad podría trabajar. Le costaría prescindir de su mano todo ese tiempo, pero debía quedar perfecta. Limpió con detalle. Un mes después pintó. Nadie le echó de menos porque se supone que no debía estar allí. Ella se encontraba feliz, jovial. En el supermercado ,en los comercios del barrio le preguntaron si estaba enamorada. Ella no respondía, simplemente miraba y sonreía.Y lo estaba. Esperaba y deseaba recuperar esa mano enamorada mientras conducía. Llegó el día de quitar el árbol de Navidad, desmontar el Belen más grande que había montado nunca. Por fin. Fue a la bañera. y desalojó la sal que mezcló con los restos de la tierra y los decorados del Belén. Rígido y seco. El rostro desojado se había convertido casi en una calavera. A partir de ahí y hasta el verano fue cortando a trozos pequeños  y echándolo a los cerdos. Con la sal bebían luego agua como cosacos. Se probó la mano. Desecada pero en la postura justa que le gustaba.Incluso permanecía el vello en sus dedos. Acarició el muñon de la falange. Se la llevó al coche. La dejó en la guantera. Y cada vez que conducía la ponía en un cojín que imitaba la altura de sus muslos para mejorar la postura. Qué feliz era. Antes del verano había acabado con el cadaver. Limpió con lejía varias veces la vieja bañera. Para celebrarlo decidió ir a la playa. El camino del acantilado que tanto le gustaba. Acariciaba la mano que incluso no le parecía tan seca ni tan fría. Bajó la pendiente a la playa. Cuando se aproximaba a la curva más cerrada. Le fallaron los frenos. Intentó reducir marchas para usar el freno motor y poner el freno de mano, pero la mano se aferró a la suya, le clavó los dedos que sangraron cuando derribó el quitamiedos y voló treinta metros hasta chocar en el fondo del acantilado.

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