domingo, 21 de enero de 2018

ENTRE DOS AGUAS

Creen que no los oigo. No se recatan en comentar mi presente y mi futuro próximo. Inmediato, piensan. Los oigo. Los escucho. Pero no puedo contradecirlos o mostrarles su error. Las palabras me están vetadas. Primero fue el movimiento. Pero enseguida la palabra y la consciencia . Inconsciente me siento como una cuerpo pequeño en una nave enorme vacía. Me llegan ecos, pero mis llamadas no son atendidas. Mientras mi cuerpo se ocupa en respirar, en mover  cada vez con mayor dificultad las secreciones, mi mente se arrincona en zonas cada vez más profundas del cerebro inasequibles al neurólogo más experto. El tiempo parece haberse detenido. Al principio tuve la sensación de un cronómetro, una cuenta atrás rápida donde las decimas de segundo se desgranaban rápidas, se deslizaban en forma de números digitales hasta llegar al cero. Pero cuando se aproximó al cero. el tiempo, o mi percepción del tiempo se ralentizó. El sopor, la torpeza que se agudizaba se detuvo y comenzó una suerte de lucidez de las cosas pequeñas, como cuando un ordenador se reinicia en modo fallos. Recupera un mínimo de hardware para poner en orden todo el sistema. El sistema, mi sistema ya no será posible ordenar, pero el último momento que se acerca sí debe aparecer organizado. Recomponer los recuerdos, rebuscar deudas no saldadas, rencores no olvidados y perdones pendientes. La nave inmensa, con rincones y anaqueles casi vacíos, pero con detalles importantes. Siguen hablando. Me distraen. Me ralentizan. No tendré tiempo. No quiero más palabras. Aquí. Un proyector. Imágenes. En blanco y negro. Mi infancia. La adolescencia. Juventud. Amigos. Amores. Acciones. Omisiones. Culpas. Fracasos y éxitos. Es curioso que el tamaño, el peso de los eventos nada tiene que ver con el del momento en que ocurrieron.Las montañas se han convertido en granos de arena y algunos granos de arena en montañas. El balance. Equilibrado. No soy un santo. No soy un demonio. Otro archivo de voces. Me cuesta reconocerlas. Voces que desaparecieron. Voces que siguen. Pero sobre todo voces ausentes. Baja la luz. el muñeco que registra en la nave padece una falta súbita de energía. En el vacío entre paredes bajo un tejado de uralita resuena una voz. Una voz lejana. El muñequito se reanima, se acerca al cuadro de mandos y enciende una luz de emergencia. La voz, esa voz ausente que desearía escuchar. Una prórroga. El tiempo se acaba. Una prórroga. Sabe que la última. El muñequito vuelve a cansarse.  Pasos en el pasillo. La puerta se abre. Todos Callan. Se acerca. Le habla. La voz que esperaba ha llegado. Le coge la mano a la vez que le habla. El muñequito de la nave desfallece. Ha resistido y se deja morir con el deber cumplido. El muñequito ha muerto. La voz ha venido. Es hora de partir.

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