viernes, 12 de enero de 2018

PTOSIS

Estaba muy cansado. El viaje. La noche. Las espinas de una cama extraña. Una cena tardía. El despertador. Madrugar sin tiempo para disfrutar del desayuno del hotel . El coche. En una autopista aburrida. Trabajo. Todo el día. Para comer, quince minutos. Un sandwich. Suficiente. Sale. Es de noche. Conduce de forma automática . No evita los peligros porque no es consciente. Llega a casa. El mundo sobre sus hombros. La ducha rápida. Un alivio momentáneo. La limpieza, el olor perfumado del jabón le alivia la carga. Se sienta en el sillón de piel. Los pies en alto. Selecciona la cadena de series en la televisión y continúa con la serie con la que empezó hace un mes. Con mucho ahinco al principio, pero ahora los visionados difícilmente se prolongan más allá de diez minutos. Walking Dead. Los zombis o la maldad de Negan lo mantendrán alerta. Sus ojos pesan. Toneladas. Ptosis. Sensación dulce. Colchón. Masaje. Y caída. Vértigo. Vueltas. Rueda. Trastabilla, bota por un túnel o eso cree porque los ojos siguen cerrados. Duerme. Se ha precipitado en un sueño dulce. Ha caído desde lo alto del sueño. Se precipita hacia un aterrizaje en un fondo invisible. Desde dentro los párpados son negros. Sobre ellos algunos puntos rojos intermitentes como de purpurina que en los giros de la bajada forman círculos rojos que cuando aumenta la velocidad se hacen blancos. En el descenso cambian los olores. Huele a humedad, en algunas zonas a azufre, en otras a gas. Se roza. Se araña con las paredes, sin embargo no siente dolor ni escozor ni desazón. Se mueve a una enorme velocidad, sin embargo, sus cabellos lacios permanecen fijos a su cuero cabelludo, como un actor de cine en una película de acción. La velocidad es estable. Ya no se acelera. La dirección tambien se estabiliza, los pies al suelo, la cabeza al cielo. La velocidad se reduce. Se posa en un suelo negro. Como negro es el cielo, el aire, el vacío y el tarso de los párpados. El suelo es blando. Ruido de máquinas. Engranajes y muchos rodamientos. Algo se desliza, algo grande y pesado. Se acerca. El aire se agita. Se aproxima. Silbidos. Un golpe, otro golpe, uno más. Ruidos metálicos. Chirridos de goznes. Algo cae. Lo va a aplastar. Un ruido seco. Se encaja con las otras piezas. Grita. No hay eco. Se levanta en apenas dos pasos. Toca el metal, aluminio o titanio. Tres pasos atrás y el mismo material Levanta las manos y a un palmo está encerrado. Se lleva las manos a los párpados pesados. Los levanta y ve. Ve el negro que le rodea. Negro y encerrado pero no está cansado. El cansacio ha desaparecido con la claridad. Tiene la energía suficiente para palpar palmo a palmo de la jaula o el cobijo o la guarida. Buscar palancas o huecos de donde poder tirar para abrirlo. Pasa horas o días o minutos. Toda la superficie es completamente lisa.  Se siente cansado. Se apoya en una de las paredes, la que da al sur. Se deja deslizar hasta el suelo. De repente cansado. Más que antes. Mira un punto azabache rodeado de oscuridad. Los párpados caen. Ptosis. Ruidos de engranajes, poleas, sube. Flexiona la cabeza pensando que va a golpear contra el techo, pero no golpea. Se acelera. CAda vez más. Vueltas. Giros. Ha olvidado la postura de la que partió. Reflejos rojos a través de los párpados. Desaparece el cansancio. Abre los ojos, Negan revienta un cráneo con su bate orlado de espino. Tiene sueño. Se levanta y se va a la cama.

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