sábado, 6 de enero de 2018

LA GOTA ROJA

La tormenta invernal escampó deprisa. El sol la empujó hacia el mar. Miré por la ventana. Pensábamos salir antes, pero esperamos al final de chaparrón. El tiempo seguía inestable. aprovechamos quehabía escampado para salir. Era una casa vieja de dos plantas. Una casa de ochenta años o más. del voladizo de teja pendían y caían goterones que se estampaban contra el suelo. Esquivé las zonas de estallido. Pasé la fachada  de la casa a la casa vecina de la misma o más edad pero menos porte. Un grueso goterón rompió en la parte lateral y la patilla de mi gafa. Dí un paso atrás. Me quité las gafas para limpiarlas con el faldón de la camisa, un automatismo, pero miré la mancha de la gafa y las salpicaduras de mi hombro. Rojo. rojo vivo y brillante, el mismo color que el charco que se habíaformado en el suelo. Extendí el dedo, palpé la sustancia entre los pulpejos . No tuve que agacharme mucho para captar el olor acre de la sangre. Seguía gotenado lenta. La casa estaba abandonada. El último de sus propietrios murió al menos diez años antes. Ahora está tapiada desde que fue ocupada hace dos años. Sangre del tejado. Un pájaro. Tendría que ser un avestruz a tenor del charco que rebasaba la acera y corría por la calle hacia el sumidero. Las avestruces no vuelan tan alto y por aquí, salvo que llegue un circo, no hay. Podía seguir mi camino y dormir una siesta que necesitaba. Pero no. La cuiosidad pudo. Regresé a la casa. Miré lo que se vislumbraba del tejado. Nada. Hacía viento. Entre dos ráfagas me pareció escuchar un quejido. Ahí dudé. Quien podía quejarse en el tejado de una casa deshabitada medianera con la de mi familia. Un ladrón. Eso explicaba todo, estaría esperando nuestra ausencia para entrar a robar y se ha herido. La policía y una ambulancia. De nuevo el silencio entre dos ráfagas qujidos,esta vez más débiles. Un ser humano herido en el tejado, gravemente herido, a punto de expirar. No podía permanecer impávido ante el sufrimiento y la muerte tan cercana. Una escalera de mano. Subí al  tejado. Caminé con cuidado entre  las dos aguas. El tejado de la otra casa estaba pandeado. Ví el reguero rojo que corría hasta el alero. Lo seguí. En el alero quedaba a la calle había una chimenea doble , junto a ella un depósito de agua. En la base de ambos reconocí un pie. Calzado con una sandalia. No lo veía moverse. Una sandalia atada a la pantorrilla en invierno curioso calzado para un ladrón, salco que sea minimalista como los corredores. Insistí en el aiso a la policía y al ciento doce. Quedaban cuatro meses para poder socorrerlo. Di un paso.El tejado crujió a mi paso.Me acosté boca abajo para avanzar a rastras. Alcancé con la mano la  chimenea. me acerqué. Miré la parte de atrás. Estiré la mano. Cogía algo como tela. Tiré para acercarme y se soltó.Miré lo que había en mi mano. Tres plumas blancas con algunos ribetes dorados. Me incorporé y rodeé la chimenea helada. Al otro lado había un ángel. Falda de tablillas como los romanos. Una pechera dorada. Cabello rubio y ojos azules, Me miró con la mirada más dulce que nunca había visto. Un hilillo de sangre brotaba de la comisura de su labio. La antena se le había intriducido por la axila y salía por el otro costado, de donde brotaba la sangre. Urgí a los servivios de emergencias. A las afueras del pueblo ya se oían las sirenas. Tapé con la mano el flujo de la sangre. Me miró con los ojos casi sin brillo. Fue entonces cuando el cielo se iluminó. Una burbuja de fuego se acercó a mi. Sentí varios seres alados, pero el brillo cegaba. Si pudiera recordar, aseguraría que había música de aspas. El brillo terminó. La sangre desapareció. Un guardia civil subio al tejado. Me dijo que bajase. Me preguntó donde estaba el delincuente. No le repsondí. Bajé. Me pidio explicaciones. Le dije si podía acogerme a la quinta enmienda. Me dijo que veía demasiado cine y que debería pensar en dejar el alcohol. Asentí. Se marcharon. En el suelo de la calle no había sangre. Hacía frío. Metí las manos a los bolsillos y me pinché. Saqué la espina. Una pluma con ribete dorado. sonreí Miré al cielo y muy lejos había un punto muy muy brillante

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