miércoles, 9 de mayo de 2012

CARIBE





El suelo burbujea con la lluvia.Rayos escasos. Hace calor. Bochorno. Es imposible no sudar mientras no llega la brisa. Hotel El Convento. Un antiguo convento colonial de San Juan de puerto Rico. Veinte personas cobijadas bajo la marquesina que debe proteger de la lluvia. Al otro lado del patio un piano sirve de soporte a una caja vacía de cerveza Medalla. Calor, humedad y  la lluvia que ha pasado a ser un estruendo.

“¿Te conozco?” “Su cara me resulta familiar. Tambien sus ojos negros. Estoy seguro que alguna vez hubo una mirada.

La pérgola no aguanta la avalancha. La lluvia paciente busca poros. Primero gotas, después un torrente. Desmontan las mesas con prisa . Las cambian de lugar y las sitúan en un pórtico.

“No recuerdo” Estoy seguro que sí. Esa mirada existió. Pasó y dejó  una huella difuminada pero coincidente. El pasado pasó. No para de llover. El suelo hierve. Después de cambiar de mesa no me he vuelto a sentar. Voy de un arco a otro, miro una lluvia que comienza a enternecerme. La lluvia cálida del trópico despierta los recuerdos, abre las heridas de pus dorado de la melancolía. Las ranas coqui silban aunque no se las oiga con la lluvia. En el trópico las ranas silban, no croan. Las ranas viven en los árboles. La humedad continua las libera de la prisa de los países secos.

Llueve retazos de melancolía. Piña colada. Aguacero. Truenos y relámpagos. Miro el piano. Me gustan las escenas perfectas. Vivir como en una película. Falta música. Un pianista. No hay voluntarios. Pongo en mi mente los sonidos de boleros. “La otra tarde vi llover” El pus fluye brillante aun sin música.

La cena ha terminado. Las copas no son capaces de alargar más una jornada. No va más. El cambio horario acelera la fatiga. A las diez los planes exaltados se vienen abajo  y cada uno regresa a su habitación.

Mi habitación es azul, azul celeste. En el techo colañas gruesas de madera y traviesas más pequeñas. El aire acondicionado zumba. Las ranas silban cuando las deja  la lluvia. Es  muy temprano. La soledad de habitaciones de hotel me entristece. Recuerdo la mirada. Fantaseo la  música. Me voy a la calle. Un paseo sin dirección.

Huele a humedad. Pero sólo a humedad. En Murcia después de llover la tierra llena el ambiente de aromas. En el trópico la lluvia no es una fiesta sino algo inevitable. La lluvia. Tomo un paraguas de la recepción del hotel. Bajo la calle que da al mar atravesando primero la muralla que viene de la fortificación del El Morro. En el número 13 encuentro la música que deseaba cuando irrumpió la lluvia. No hay ningún bar. La música procede de un segundo piso. En el balcón hileras de luces de colores. Un bajo, un batería y un saxo. NO hay ningún local abierto al público. Nada señala la actuación. Es un ensayo privado a plena calle. Quiero escuchar esa música. Toco el timbre. Detrás de la cancela un llamador. Dentro de un mural de flores. Responden a mi llamada. “¿Quién es?” “¿Puedo subir?” Con un zumbido se abre la puerta. Una mulata gorda me invita al silencio , me señala a los intérpretes. Se mueve con las notas. Los músicos evitan el calor en el balcón que me ha llamado. Me pasan una cerveza. El bajo es delgado. El batería es grueso. El cantante no ha venido. El saxo está triste.

Mis pies golpean el suelo. Mis dedos martillean mientras la mulata gorda baila. Otra cerveza. Un rayo. Llueve. Soy una pieza trasplantada en un espacio y un tiempo prestados. Toda mi vida ha sido diseñada para estar ahí. Hace calor. Mañana hay que madrugar. “Adiós amigo. Te quelemos” “Yo también os quiero” He estado a punto de cambiar la r por una l, pero habría sonado a burla.

El hotel está al final de la cuesta. La lluvia me ha traído a la música. En mi cabeza, en la cama, siguiendo el movimiento de las aspas del ventilador sigo escuchando el jazz caribeño.

En el desayuno cuento a todos mi hallazgo. Lamentan no haberme acompañado. Por la noche me acompañan.

Después de cenar unos se quedan en la piscina y otros bajamos la calle. Hasta el número 13. Hay una casa derruida con la selva devorando sus entrañas. ¿Me he equivocado?. Bajo y compruebo que no. No hay más pisos de dos plantas que la casa derruida del número 13. Es un hecho. Maleza,herrumbre y olor a  humedad. “Bebiste demasiados mojitos Antonio” Sé que no fue un sueño de alcohol. No discuto. Me quedo solo. Paseo hacia la fortaleza de El Morro que preside la ciudad en una colina al borde del mar.

Desde lo alto algo más cerca que el horizonte nocturno rayos y truenos sobre el mar. Con la luz intermitente, una cortina de agua sobre las aguas. Llega la brisa. Hace calor. Comienzan las primeras gotas. Hasta mi llegan acordes del grupo de jazz que escuché ayer.

Al intentar repetir las cosas condenadamente hermosas se convierten en fantasmas. ..por lo menos en el CAribe 

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