viernes, 4 de mayo de 2012

ESPÍA


Un bolso grande estaba abierto encima de la mesa. Su peso lo había vencido y se abría lateralmente hacia donde yo estaba. Una funda de gafas. Clínex. Unas llaves. Un paquete de compresas. Un monedero. La mujer estaba sentada con los codos clavados en la mesa y la cabeza apoyada en las manos. Poco más de cuarenta años. El cabello teñido y achicharrado con una permanente. Mascullaba palabras silenciosas, sin embargo sus carrillos aparecían tensos en cada palabra. Pequeñas salpicaduras llegaban a la mesa. En el suelo una bolsa con un objeto cilíndrico.

Cuando llevas dos horas en un tanatorio acompañando a un familiar fallecido, el aburrimiento, la tristeza contagiada te dan sed. Fui a la cafetería. Como eramos cuatro gatos, me fui solo por no dejar al muerto sin compañía. Sentado en la barra me entretuve observando a la mujer.

Enfrente, detrás de la barra, había un espejo donde podía estudiar cada uno de sus movimientos sin parecer indiscreto. Me fijé en sus labios. Secos. Con un carmín marrón mal perfilado. El movimiento de sus labios era regular. Parecía que rezaba. Sin mirar extendió la mano. Sacó el móvil. Miró la pantalla y sonrió. Miró hacia el espejo donde yo miraba y los reflejos de nuestras miradas se cruzaron. Tenía una belleza de una caducidad tardía. Miré hacia otro lado.

Recibió un mensaje. Volvió a sacar el móvil. Lo leyó. Sonrió ligeramente. Se puso las gafas de sol de concha muy grande. Su nariz pequeña y respingona se perdía debajo del puente. Se levantó. Vestía un vaquero ceñido sobre una figura esbelta y una blusa de seda estampada pero transparente. Dejó un billete de cinco euros encima de la mesa y salió por la puerta lateral de la cafetería del  tanatorio de Espinardo.
Se había dejado la bolsa del suelo. Corrí tras ella. “Señora se olvida su bolsa” Miró. Se bajó las gafas. “ Ah . Sí. Gracias” NO dio ni un paso hacia mí. Salio del recinto. Miró a derecha e izquierda. A la izquierda vio algo. Aceleró el paso airadamente. Sacó de la bolsa lo que me pareción una urna. Tiró la bolsa al contenedor amarillo. Vació la urna en el contenedor verde de las basuras orgánicas. En sus labios leí vete a la mierda hijo de puta. Cogió la urna vacía y la echó al contenedor de envases.

Un Lexus blanco paró delante de los contenedores. Toco el claxon y bajó la ventanilla derecha. La mujer se acercó. Se sentó en el asiento del copiloto. Se besaron con pasión y desaparecieron hacia la senda de Granada.

Regresé a velar a mi difunto. Ahora sé que no dejaré que me incineren

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