domingo, 20 de mayo de 2012

LOVE STORY


Al principio de una carrera larga, una media  maratón, estás concentrado. Tus músculos, tus huesos, tus tendones te mandan mensajes y tú les envías a ellos. Estás parado oliendo a sudor y adrenalina de otros cientos de personas a tu alrededor. Delante un cronómetro a cero. Unos pocos aspiran a ganar, ya sea la victoria total o en su categoría. Cada uno aspira a su victoria parcial, terminar, mejorar la marca de una experiencia previa. Un petardo, una traca o una mascletá. Los primeros se lanzan a correr. Los de atrás esperan trotando a que se despeje  para comenzar, cada uno a su ritmo, la carrera. Los primeros kilómetros, son duros, hasta que encuentras un ritmo engranado y todo va bien.

Nuestro corredor caminaba hacia un buen tiempo. Veterano C ( superaba la cuarentena) el paso intermedio de los diez kilómetros, le llevaba a pulverizar su marca y probablemente al pódium de su categoría. El objetivo se estaba cumpliendo a plena satisfacción. Era una máquina que devoraba kilómetros y ansiaba los siguientes. Cuando ya pasas los  cuarenta sabes que un día esa marca ya no se moverá. El simple hecho de pensar en ello es un baldón difícil de superar. Corría. Corría. El sol el calor parecía ser su alimento.

Unos metros por delante había una atleta. Magnífica en su tiempo y en sus formas. Asidua de las carreras. Siempre le había llamado la atención. Bellísimo rostro, bellísimo cuerpo en el biquini de corredora. Una mujer a la que un hombre tímido como él nunca se habría acercado en la barra de un bar o por la calle. En alguna otra carrera una sonrisa sí.

La mujer se trastabilló en un resalto de la carretera. Dio dos traspiés. Rodó por el suelo y terminó sentada junto a la baldosa. Humillada pero no herida.

La marca o la posibilidad que tanto había soñado. El mejor tiempo que quizás no tendría tiempo de alcanzar o la oportunidad que quizás no volvería a tener. Se detuvo. “¿Estás bien?” “Sí” Le ofreció su mano. La ayudó a levantarse. Le ofreció agua y un gel nutritivo. Ella se levantó. Se miró. Alguna rozadura pero no tenía heridas graves.  Miró en dirección a los corredores que se alejaban y echó a correr. Ni una palabra. Ni una mirada. Ni un gesto de agradecimiento.

Quedó perplejo. Trotó hasta terminar la carrera. Acalorado directo al coche. Serio . Triste y marcado. Debería dejar de ser un soñador romántico y bajar al mundo de la realidad. Por qué sufrir una hora y media con el corazón bombeando a 160 por minuto para nada. Solo. Pero no quería la realidad. Prefería sus sueños. Un mundo donde un corredora agradecida le diese una oportunidad a una conversación y quién sabe si a una cita. Ese mundo existía. Lo sabía. En algún lugar en una carrera o en la vida. Si ese mundo no existiese no merecería la pena correr. No merecería la pena vivir.

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