lunes, 14 de mayo de 2012

SEGUID LAS BALDOSAS AMARILLAS


(c) psp


Trabajaba mucho. Por la mañana en un hospital y por la tarde en una clínica privada. Una mujer independiente. Segura de sí misma, sensible y muy decidida. Sus amigas se casaban. Su círculo se deshacía como un azucarillo. Algunas también habían deshecho ya sus matrimonios. Pero ahora tocaba boda. Le gustaba comprar cuando no necesitaba nada. Pero cuando la necesidad , como era el caso, le empujaba, se volvía indecisa. Miraba tiendas. Se probaba trajes y a cada uno le sacaba un defecto, y cuando el traje era perfecto, imaginaba que era ella la que no daba la talla. Un incordio. Prefería viajar. Vámonos. Internet. Unos billetes. Muchas ganas de divertirse y unos días libres y hasta pronto. Pero tocaba boda. Una más.

Iba al cine. Se detuvo en un escaparate. Eran ésos. Sin duda eran ésos. Entró. Los tocó. Acarició la piel. Comprobó que le entraban. Volvíó a acariciarlos. “Me los llevo”. Feliz. Una cosa hecha. Sentada en el cine entreabrió la caja y los miró. Acarició el motivo, como una flor de la puntera. Rojos con un tacto de terciopelo.

El día de la boda. La puerta del juzgado de Ricote. A la entrada del ayuntamiento. Un desconocido tropezó con ella y le golpeó el pie.  “¡La media!”  “Lo siento” “No te preocupes” Lo mataría por torpe. La media estaba rota. Buscó un bar. Entró en un baño cochambroso y se cambió la media. Menos mal que eran medias. Al ponerse el zapato, el adorno, la hermosa flor roja se cayó. Vio la caída a cámara lenta. Antes de caer sus ojos estaban húmedos de tristeza y de rabia, pero contuvo a tiempo las lágrimas para no deshacer el maquillaje. Eso nunca. El suelo estaba limpio. Tenía arreglo. Pensó en pegamento rápido, pero se arriesgaba a que los pétalos perdiesen su gracia. Mejor un zapatero. Sábado por la tarde. Difícil.

“Perdone camarero ¿ Hay alguna zapatería por aquí?” “Señorita siga el camino de baldosas amarillas y al fondo a la derecha hay una” A las cinco de la tarde en mayo no había nadie por las callejas. Caminó las baldosas amarillas que decoraban el centro del pavimento adoquinado. Al fondo a la derecha en una senda sin salida vio el rótulo a mano en la parte de atrás de una señal de coto: zapatero “El rápido”. No tenía buena pinta. Sus zapatos maravillosos en un rincón tan oscuro.

Un pequeño mostrador y un hombre detrás. Unas gafas de protección. Guantes y unas botas en la mano. “Buenas tardes señor” “Hola” La voz se deformaba con cuatro clavos que tenía en los labios. “¿Me puede arreglar unos zapatos?” “Estoy ocupado” “Podría mirarme por lo menos y sacarse eso de la boca” “Perdone” Se quitó las gafas. Tomó los clavos con los guantes. Se levantó. Era el Duque. Igualito que el actor. A ella le habría gustado correr y mostrarles a sus amigas su descubrimiento. “ Se ha soltado la flor del zapato” “Hasta mañana no lo tiene” Ella tardaba en responder mirándolo fijamente. “¿Le interesa o no?”. “ Es que voy a una boda” “Se casa usted” “No. Es la boda de una amiga” “ Y no tiene nada mejor que hacer en un día tan caluroso como éste” “Dudó” “Tienes los zapatos hechos una pena. Seguro que llevas otros más cómodos para la fiesta. Yo bajo la persiana. Si me esperas cinco minutos nos vamos en mi moto a la playa” “No sé”. “Siéntate ahí. Quieres tomar algo. Son cinco minutos¿Una cocacola, una cerveza?” “Una cocacola”. Cerró la persiana. Ella era alta y él bastante más que ella. Se perdió en la trastienda. Escuchó el agua. No pudo evitar imaginar. Silencio. Cinco minutos. Y al otro lado de la persiana apareció en vaqueros camiseta y el zumbido de una Harley.

Varias horas más tarde ya de madrugada regresaron. En El Sordo aún se escuchaba la música de la fiesta. “Todavía te puedes tomar unas copas con tus amigos” “¿Me vas a dejar así?” La besó, pero un beso frugal. “Ah lo olvidaba” De la maleta lateral de la moto sacó sus zapatos rojos, con la flor perfectamente pegada. “Eres un cabronazo” “Hasta la vista” Arrancó el motor y se perdió en dirección a Archena. Él miró atrás por el retrovisor. Ella lo vió.

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