sábado, 1 de septiembre de 2012

BÚHO BUS


Al fondo llegaba ya el autobús nocturno que recorría la costa hasta La Manga. Un autobús lento que te hace desear tener el carnet de conducir y coche para evitar las esperas inciertas. A la ida chicas guapas y otras no tanto y unas primeras miradas o palabras para los más lanzados. A la vuelta cansancio. Olor a sudor y ganas de llegar.

No fue una buena noche. Lo mejor fue el momento del regreso. Para tres amigos fue mejor y siguieron un  rato más. Otros tres subimos en el autobús. Estaba libre la bancada posterior. Nos sentamos. Apoyé la cabeza en el cristal. Antes de dormirme puse la alarma del despertador. Una vez me desperté pasados veinte kilómetros de mi destino. A mi padre no le hizo gracia volver a recogerme. Seis cuarenta. Seguro que no llegábamos antes. Me apoyé. NO estaba cómodo. Amagué dos o tres posiciones y me dormí.

Sonó la alarma. Desperté y estaba solo en el autobús. Cabrones pensé. SE han bajado y me han dejado aquí. El autobús estaba parado sin el contacto puesto y el conductor tampoco estaba. La luz parecía de mediodía. Debía haber dormido varias horas. Recorrí el pasillo central adelante y hacia atrás y no había personas u objetos. Las llaves del autobús estaban puestas junto al volante pero no había nada ni rebecas ni bolso ni papeles o bolígrafo que denotase que el conductor  iba a volver. Miré por las ventanas. Pinos achaparrados y debajo matorral. Intenté salir pero la puerta estaba cerrada. La zarandeé sin resultado. Inútil. Mejor reflexionar. El botón rojo a la derecha. El sistema hidráulico funcionó, con un silbido la puerta se abrió, tuvo que empujar algunas ramas. Bajé con dificultad apartando ramas y matorrales. Rodeé el autobús. No había camino. Si era una broma tendrían que haberlo hecho bajar desde el cielo, o que me hubiesen trasladado a otro autobús idéntico atrapado entre la maleza. Volví a mi asiento. En el escai gastado del cabezal anterior había arañado con la uña un corazón con un manido amo a Nuria. Me adelanté. Me senté en el lugar del conductor. Giré la llave y el motor rugió, pero los troncos de dos árboles bloqueaban el paso delante y detrás. Era el autobús que cogí de madrugada. Encendí la radio. Le di a la búsqueda automática del dial y no aparecía amago de ninguna emisora. Saqué el móvil del bolsillo tenía batería pero no había ni una raya de cobertura. Hice una llamada de emergencia y no hizo señal. Estaba viviendo una pesadilla. Me fui al asiento de atrás para dormir. Pero por si acaso cerré antes la puerta. Me dormí.

Desperté y nada había cambiado. El entorno era boscoso y no había camino. La radio no encontraba emisoras y el teléfono no tenía cobertura y cada vez menos batería.

Decidí caminar cada día en una dirección hacia los lugares altos. Desde allí buscar el pueblo más cercano. Localizar agua y posibilidades de alimento. La primera escalada a un cerro de uno trescientos metros en un día despejado me mostró un horizonte de bosques y praderas en los cuatro puntos cardinales. Ninguna señal de civilización.

Hace una semana en un claro del bosque a treinta mil pasos del autobús en dirección norte encontré restos de un fuego. Me llevé unas brasas que mantengo vivas. He encontrado agua en un río a cinco mil pasos al sur. Pesco en el río y pongo trampas a pequeños animales. Hay algunas hierbas comestibles. Hace ya tres meses de mi naufragio. Ya no necesito el carnet de conducir.

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