domingo, 16 de septiembre de 2012

LAS BABUCHAS


“¿Abuela vas a estar esta tarde en tu casa?” “Si hasta las siete que después he quedado a andar con mis amigas” “¿Me invitas a un café?” “Y a lo que tú quieras” “He vuelto de viaje y te he traído una cosica” “¿Y para qué te molestas?” “Nos das tú siempre que salimos. Luego nos vemos que tengo ganas de darte un abrazo. Cuelgo que tengo que arreglarme”

Me gusta que mi nieta venga a verme. Me gusta verla hacer cosas que yo no habría soñado hacer. Está terminando su carrera, ha viajado por sitios que yo no sabía ni que existiesen, es guapa, o por lo menos yo la veo muy guapa, tiene buenos amigos, sus amigos la quieren, respeta a su madre y de vez en cuando viene a verme a mi. Muchas veces sin avisar. A veces he tenido que rehacer mis propios planes, pero los veo tan poco que no voy a ponerle pegas. Voy a hacer unos buñuelos en un momentico que le encantan.

Están ricos. Luego no podré comer ninguno. Ella médico y yo diabética, me pondría la cabeza a cien. Tomaré otro con un poquico de azúcar. Que sea lo que Dios quiera.

El portero eléctrico. Ahí está. Mírala que guapa hasta en blanco y negro. “Sube”.

“Hola abuela dame un abrazo” “Mua mua mua mua. Te comería a besos. Tan alta y tan guapa. Estás más delgada” “No abuela estoy bien. Tú siempre me ves más delgada. ¿Huele a buñuelos?” “Acabo de terminarlos. Me han salido riquísimos” “Abuela que eres diabética. No los habrás probado” Se relame un pequeño resto de azúcar glas de la comisura “No hija no. Yo no puedo comer dulces, ya lo sé, son para ti” La nieta lleva una bolsa en la mano. Deja la bolsa y el bolso colgados de la percha de la entrada. La joven pasa de largo el salón que sabe que su abuela que vive sola no usa mucho, deja atrás las fotos de bodas y bautizos de la pared, de las comuniones y graduaciones, y en el lugar de honor la de su abuelo que falleció hace ya diez años. En la primera puerta a la derecha está la sala de estar, la mesa camilla en el centro, el mueble del televisor enfrente, la mecedora al lado con el gato que se levanta y se frota con las perneras de su pantalón al reconocer en ella el olor de la familia. Se sienta en la mecedora. Curiosea la labor que hace su abuela: el cuello de una chaqueta de punto. “Aquí tienes tus buñuelos . ¿El café cómo lo quieres?” “Manchado” “Aquí tienes la leche condensada” “Están buenísimos abuela. Cómo te echo de menos. Tengo que venir a verte más” “Cuando tú quieras. Yo siempre estoy aquí o muy cerca. ¿Dónde has estado esta vez?” “En Marruecos abuela” “¿Y qué tal?” “Me ha gustado mucho. Tienen unas costumbres un poco radicales para nosotros, pero tiene mucho encanto, en muchos lugares es como viajar en el tiempo cincuenta, cien años o más” “No sé yo si firmaría eso cariño” “Claro que no abuela, ni yo tampoco, pero es algo muy interesante. Te ayuda  a apreciar cosas que tenemos cada día y te encuentras otras nuevas” “No sabes cómo me gusta oírte” “¿Y con quien te has ido? ¿Tienes novio?” “Abuela me he ido con mis amigas. Soy muy joven para tener novio” “Pues a ver si se te va a pasar el arroz que a tu edad tu madre ya estaba casada” “Eso era antes. Tú no sufras. ¿Un poquico de mistela no tendrás?” “Sí. Ya te la traigo” Cuando salió no pudo evitar mirar la bolsa colgada en la entrada. Tenía una cierta curiosidad por su contenido. “Abuela te he traído un regalico. Te lo doy” “No te levantes. Dime qué es y termínate los buñuelos” “Unas babuchas” “¿Y eso qué es?” “Las babuchas son como unas zapatillas que usan en Marruecos en su traje típico incluso para ir por la calle. Te las doy” Qué atinada había estado. Unas zapatillas, con la falta que le hacían. Y con lo cortas que estaban las pensiones nunca veía el momento de cambiarlas. Mientras su nieta iba a la bolsa a traerlas, cogió las suyas que estaban hechas una pena y las tiró a la basura con los restos de las sardinas en escabeche y las pepitas de melón del medio día. Descalza regresó. Se acomodó en la silla.

“Toma abuela” Le extendió dos zapatitos muy bonitos de poco más de tres centímetros. “¿Eso qué es?” “Unas babuchas de imán. Verás qué bonitas quedan en el frigo. ¿Qué haces descalza abuela?” “El podólogo me lo ha dicho para que no me duelan los callos” “Me tengo que ir. Muchas gracias por los buñuelos y el café. Dame una par de besazos” “Adiós guapa".

Cuando la puerta se cerró se acercó a la basura. Los jugos había empapado sus zapatillas. Las babuchas refulgían en el frigo. Abrió el monedero. Había algunos euros para acabar el mes. Luego se pasaría por los chinos de la esquina por unas zapatillas nuevas.

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