miércoles, 5 de septiembre de 2012

EL VAGABUNDO


“Juan soy su asistente social” “¿Es usted doctora?” “De algún modo. Yo no arreglo enfermedades pero sí problemas sociales. O por lo menos lo intento” “Yo ya estoy bien” “Le van a dar el alta hospitalaria” “¿Dónde vive usted?” “En la calle” “¿En algún lugar en concreto?” “El puente de La Fica, donde ponen la feria pero ya me he cansado. Ahora con las fiestas no puedo decansar. Voy a cambiar de ciudad” “¿Tiene familia?” “Tuve” “¿O tiene?” “NO lo sé. Ellos no me han buscado y yo no los necesito” “¿Tenía algún oficio antes de vivir en las calles” “Sí. En Francia era ingeniero” “Es francés” “Tengo o tenía doble nacionalidad. Mis padres eran españoles” “¿Qué le llevó a la calle? El alcohol, las drogas, el juego o algún problema de salud…” “….mental. No” “Hombre como lleva usted el pelo y la barba tan largos.. y esas uñas, ¿qué miden? Diez centímetros?” “No las mido” “Pero eso no es muy aseado” “O eso o los bichos” “Me ha dicho que no bebía” “Y no bebo” “Pero usted ve bichos y eso es típico de los alcohólicos” “Veo bichos cuando hay bichos, cuando no los hay no los veo” “Qué clase de bichos” “Eso depende” “¿De qué” “No me va a creer. Nadie me cree. Pero cuando lo ven se alejan de mi” “dígamelo pruébese. Le advierto que en mi trabajo estoy acostumbrada a muchas cosas” “Cierre la puerta” “Esté atenta” 

Se arrancó un cabello de la barba y lo arrojó como quien se deshace de un explosivo al suelo en la esquina de la habitación. El cabello planeó bajo la mirada de ambos. Se posó en el suelo. 

“No pasa nada Juan, pero no se preocupe. Podemos ayudarle, pero antes necesito que el siquiatra perite su estado de salud” “Espere”

El pelo se retorció. La asistente miró a la puerta que estaba cerrada. También la ventana como en todos los hospitales. El aire también estaba en silencio. Comenzó a agitarse. Avibrar a un ritmo cada vez más rápido y a hincharse. En su lugar un enorme gusano comenzó a reptar.  Por el suelo. La asistente cogió una revista y lo aplastó. Lo cogió con un papel y  lo tiró al baño. Por el camino apreció el gesto de dolor de Juan que se retorcía en la cama.

“¿Qué le ocurre Juan?” “Ah. Déjeme un momento. Ah”

Regresó del baño. Estaba tendido en la cama. Con los ojos cerrados. Respiraba profunda y lentamente. Se sentó al lado y guardó silencio. Hacía un repaso mental de lo que había visto. Paso a paso la metamorfosis del pelo de un hombre en un enorme gusano blanco.

“¿Se encuentra ya mejor” “Ya se pasa. Son dolores terribles, peor que si  me infligiesen el dolor a mí” “Y eso con un simple cabello” “Por eso no me corto las uñas, ni me quito un padrastro. Cualquier resto de mi cuerpo, una vez se separa da lugar a insectos, gusanos, alimañas” “Pero ¿Por qué?” “No lo sé. Una enfermedad, una aberración genética o una maldición. No lo sé” “¿Y empezó de golpe?” “Absolutamente. Hace cinco años fui a la peluquería. Me retocaba el cabello y me hacía la manicura. En cuanto varios mechones tocaron el suelo, decenas, cientos de cucarachas, gusanos, moscas y tábanos llenaron el salón. Las clientas y las peluqueras salieron aterradas. Sólo yo me quedé allí porque el dolor que se me producía cuando aplastaban aquellos bichos me impedía moverme. Y desaparecí” “Pero Juan de algún modo podemos ayudarle. Espéreme un minuto".

Quince minutos después, cuando volvió a la planta, observó desde la escalera, de vez en cuando, algunos pequeños gusanos parecidos a la procesionarias. Se cuidó de no pisar ninguno. Los apartó con el pie y los puso en un sobre para liberarlos. No le volvió a ver. Seis meses después leyó un suceso en la prensa. Unas mujeres habían visto cómo un hombre malvestido y de cabello gris muy largo se acostaba en los raíles del tren que llegaba. Se acercaron. Pero al llegar no vieron ningún cuerpo, sí un lobo y cuatro serpientes del tamaño de una pitón. 

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