domingo, 30 de septiembre de 2012

WALHALLA


“Juan acabo de sacar una migas .¿Quieres una tapa?” “¿Por qué me dices esas cosas si sabes que no me puedo negar” “Es que con esta lluvia apetece” “Y está lloviendo con ganas” “Estamos en alerta roja” “Termino un arreglo que tengo en la casa de al lado y me voy para la casa. Esta tarde no voy a salir que el agua me da mucho respeto. Están cojonudas estas migas. Dime qué te debo que me voy para mi casa” “Un euro” “¿Y las migas?” “A la tapa te invito yo” “Pues ahora pago yo una ronda, ponte tú otra” “Toma” “Qué jaleo en la calle” “Sí es raro. Va todo el mundo para abajo”. Los dos hombres salen del bar. Al fondo de la calle había otra calle. Ahora hay un torrente. “Qué pasa” preguntan al unísono a uno de los que se dirigen con prisa.”Un coche se ha quedado atrapado y mira como está el tiempo” “Juan voy a llamar al ciento doce” “Yo voy a acercarme”. Al llegar hay un coche parado en medio de la calle que ahora es una rambla. El agua tiene unos veinte centímetros, pero la calle es muy empinada y tiene mucha fuerza. El hombre que conduce ha intentado salir a pie pero no consigue mantenerse. Está en el coche tranquilizando a los dos críos. Le dice al mayor si puede salir por la ventana, que tiene cerca una farola donde agarrarse. El chiquillo asustado abre la ventanilla. Se agarra a la farola y sale del coche. La corriente le arrastra los pies pero por fin consigue asirse. El agua está creciendo. En cualquier momento el coche va a comenzar a flotar calle abajo. Juan mira al hombre del coche. El hombre le comprende y le señala al niño que ya está fuera. Juan se agarra a un árbol. Le extiende la mano y con apuros consigue sacarlo. El niño señala a su hermana y su abuelo. El agua ha arrastrado el coche que ha golpeado contra un árbol  y de momento sigue varado. El hombre desde el interior mira a Juan , parece el único dispuesto a intentar lo imposible. Trata de abrir la puerta, pero la corriente ya no lo deja. Le dice a la niña que abra la ventana trasera. Juan se agarra a las rejas. Los vecinos le dicen que no lo haga hasta que no llegue otro vecino con un tractor y un motor para enganchar el coche. No hay tiempo, la corriente sube y sacude el vehículo, la niña lo mira aterrada. El abuelo atrapado en su asiento reza para que deje de llover, pero arrecia, ahora la lluvia es una niebla densa. Juan baja por el lateral de la calle agarrado a una reja. Está a dos metros, pero sólo  queda una pared enlucida. Busca  apoyo con los pies, pero la corriente es muy fuerte. No será posible. Llueve. El estallido de lluvia apenas le deja tener los ojos abiertos. Mira atrás. No hay retirada, aunque el terror que siente le empujara. Se suelta y se agarra al tirador del coche. Mira al hombre sentado resignado pero agradecido y pidiéndole perdón. Mira a la niña. Llega a coger su mano. Llueve. El gorgoteo de la lluvia se silencia con el rugido de una crecida sobre la crecida, una ola de agua y barro se abate sobre ellos. Se coge al vehículo. Y salen dando tumbos en un torbellinos de agua y piedras que le golpea y lo ahoga. Los giros continuos le hacen perder la noción del espacio y después del tiempo. Pierde la consciencia, sin soltarse de la maneta del vehículo con el que ha sido arrastrado.

Amanece en un lago tranquilo. El coche flota. La niñas sonríe y su abuelo está relajado. Se mete por la ventanilla en el asiento del copiloto. El abuelo y Juan sacan la mano y reman en un agua en calma. Se encuentran una barca. Preguntan al barquero que viste un traje extraño que donde está la orilla. Les señala en dirección a un sol que no parece moverse. En silencio bogan escuchando el chapoteo del agua tranquila. La niña está dormida. El vehículo queda varado a unos metros de unas arenas doradas. A los dos hombres les duele todo. El abuelo saca en brazos a la niña. Se está bien. Se tumban mirando el sol. Cierran los ojos. Han alcanzado la otra orilla.

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