miércoles, 12 de septiembre de 2012

LA MEDIA LUNA (ANEMIA XXI)

Había fracasado en su viaje a Estados Unidos. Un simple retraso de unas horas podía destruirlo. Sin embargo, dueño de una librería y noble cuando estuvo vivo, tenía un cierto gusto por los libros que no perdió al caer al averno de los vampiros. Vlad quería viajar. El avión quedaba descartado. El barco era posible, pero no en un crucero, donde una caja llena de tierra en un compartimento llamaría la atención. Un buque de carga era lo mejor. Las sentinas de un carguero son tan oscuras como la noche. Un error, un retraso o un adelanto no tendrían efecto alguno. No quería riesgos. El Norte de África. Tánger le pareció un destino adecuado. Además encontró la ventaja de la escasez de católicos, librarse de las incómodas cruces. Tomó una habitación interior exigiendo que estuviese cerrada. Quedaba cerca de la mezquita. Cuando el muecín llamó a la oración de la noche Vlad despertó de su letargo. Estaba algo mareado por el viaje en barco y muy hambriento. Corrió las cortinas y la luna entró sin obstáculos. Miró la playa que aun estaba llena de gente. No esperaba unas costumbres tan nocturnas. Sobrevoló la ciudad. Le gustaban la luz tenue de sus casas y barrios, sólo los neones más cercanos a la costa rompían la tranquilidad de la oscuridad. Olía a canela, a hierbabuena y a cominos. A las afueras un fuerte olor a sangre en los lugares en que se sometía a los animales a sacrificio mirando a La Meca , degolladas para que la carne fuese hallal. Bajó. No soportaba más el dolor de los colmillos. En un parque apartado la figura de una mujer con hiyab hacía la oración de la noche hacia La Meca. Cuando fue noble y guerrero y vertió sangre en los campos de batalla, le excitaban los velos de las mujeres,  encontraba irresistible la insinuación de lo oculto. Se detuvo. La miró hacer los últimos rezos. Le levantó el velo y clavó sus dientes en la yugular sin darle tiempo a reaccionar. Sorbió y no encontró sangre. Sólo un sabor fuerte a ceniza y putrefacción. La mujer se volvió y le apartó de sí. Le habló en árabe. Vlad no recordaba ningunas palabras de su lengua. Antes sí, cuando fue humano sabía palabras de guerra, insultos y palabras para amedrentar. Cuando ella se dio cuenta de que no le entendía le habló en español. “¿Qué haces perro?” “Lo que voy a hacer, beber tu sangre” La mujer comenzó a reír a carcajadas. SE le acercó. Alzó su mano tatuada de gena al cuello de Vlad y lo levantó del suelo. “Suéltame. ¿Quién eres?” “Soy lo que eres tú. Una bebedora de sangre. Hacía mucho que no te veía” “¿Me conoces?” “¿Quién crees que te hizo inmortal?” “Desperté y recordé un sueño donde una mujer me besaba el cuello y después me mordía” “Fui yo. Se puede decir que fui tu madre inmortal” “Los mortales aman a sus madres. Yo te odio” “Solo podemos odiar, el amor se reserva a los vivos” “¿Por qué rezabas? ¿Era un cebo para llamar mortales?” “Eres un ignorante. Los ashiras también conocidos como cainitas cumplimos los preceptos del profeta adaptados a nuestra vida en la oscuridad. No hacemos las oraciones diurnas y el Ramadán lo hacemos por la noche. Debemos ser piadosos porque la inmortalidad no nos preservará del juicio final el último de los días sin haber disfrutado del mayor de los premios para un buen musulmán, el paraíso, esa es nuestra condena. Vente vamos a comer algo” “¿Adónde vamos?” “ Aquí cerca en el malecón hay una discoteca llena de infieles y malos musulmanes. Allí puedo saciarme” “ A mí me da igual la fe que profesen” “No debe morir nadie. Sólo en periodos de guerra o si hay peligro para la Fé verdadera nos está permitido matar” “Yo tampoco mato a mis mejor ganado” “Vamos” “Te va a gustar. El alcohol de los católicos estropea el sabor de la sangre” “Eso va en gustos, luego te digo”

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