lunes, 24 de septiembre de 2012

EL GUANTE


“Vete” “¿Qué pasa?” “Ahí tienes tu maleta. Vete.” “No entiendo nada. Te has vuelto loca” “¡Qué engañada me has tenido!” “¿Qué estás diciendo?” “¿Dónde está el guante?” “Paula ¿Qué guante?” “El guante verde de cabritilla en el lateral del asiento del copiloto del coche”

No podía reconocerlo pero sí lo sabía. El guante verde que encontró dos semanas antes donde ella le decía. Le extrañó verlo. Doblado desordenadamente en el lateral del asiento del copiloto. Le extrañó no haberlo visto antes, porque era bien visible, pero él solía conducir el coche. Pero recordaba haber lavado el coche dos o tres veces en los últimos dos meses y en ese hueco no había nada. O habría perdido la razón. Y hacía seis meses que no  veía a Lucía, o sí la veía pero no como antes desde que se resquebrajó el futuro frágil que estuvieron construyendo tapizado de sueños blandos y mullidos de color rosa claro y azul celeste. Estalló el sueño. Pero el guante de Lucía sólo lo vio hacía dos semanas. Se lo devolvió. Ella lo tomó sin palabras, sin gestos. Sí es mío. Lo atrapó y lo apretó en el puño, moviendo los dedos para hacer desaparecer de la vista el resto inesperado, tal vez incómodo de su pasado. Paula lo sabía. ¿Cuánto tiempo lo había sabido en silencio? Ahora. Seis meses después. Ahora y no hace siete u ocho meses.  Hoy una condena doble. Ayer una liberación del mundo inesperado en que navegaba al pairo agitado por placer, por dolor, por remordimientos y por amor. Habría ganado algo , ayer, hoy todo era pérdida, nada más que dolor.

“Vete ya degenerado y traidor” “Me voy pero no sé a qué te refieres” “Embustero” “No lo sé de veras” “No sabes cuantos días he subido al coche oliendo su perfume” “Estás desquiciada” “Hace siete meses un guante verde en el coche cuando cogía mis gafas de la guantera. No era mío. El perfume, el mismo perfume que había invadido mi espacio, que te había desplazado de mi lecho salía entre los dedos de ese guante único. ¿Estoy mintiendo? Ahora no dices nada. Te callas. Ya eres libre. Sigue el olor de tu hembra. Traidor. Ingrato” “Déjalo ya por favor” “Me alegro de haber roto  mi silencio. Me encuentro bien aunque me veas llorar. No te importa” “Sí me importa . Eres tú” “No soy yo. Eres tú y es ella. No soy yo. Yo estoy aquí y seguiré aquí. Tú te vas” “Me echas” “Te has echado tú. Más de seis meses tuve el guante guardado. Intenté tirarlo pero no podía. Lo dejé en un cajón. Lo cambié mil veces porque sentí que su olor impregnaba cada una de las prendas. Lo envolví en una bolsa. Hasta hace dos semanas. Necesitaba una prueba. Lo volví a dejar en el lugar donde lo encontré” “Estás loca” “Sí. Loca. Y no has dicho nada. No me has preguntado si era mío” “Sabía que no era tuyo” “Ves sabías que no era mío. Lo sabías. Sal de tu mentira. Yo ya estoy más aliviada. Ahora vete” “Me voy . Adiós. ¿No te lo vas a pensar?” “No quiero pensar más. Han sido muchos meses. Una última prueba que no has superado” “Bueno ya te diré donde estoy. De momento no voy a mover nada por si cambias de opinión” “Yo ya he hablado con mi abogada” “Adiós”.

La puerta se cierra a su espalda. Es de noche. En su interior se cierne el gris, o el marrón sucio, niebla o calina. No quiere pensar en el mañana. Se tienta el bolsillo. Las llaves del coche, las de la playa. No quiere dormir en casa de nadie ni en un hotel. No quiere reproches de sus padres ni el consuelo de sus amigos. Su casa y su cama en la costa. Llamar a Lucía no, todavía. Mañana será otro día.

No hay nadie en la urbanización de la costa. La brisa y él. Abre el portón de entrada. Regresa al coche abre la puerta del copiloto. Mira el interior e intenta imaginar al menos el momento en que el guante calló. Sí. Tomará prestado un sueño de su pasado para pasar una primera noche en soledad que será sin duda de hiel.

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