sábado, 16 de junio de 2012

ESPONJA


Poca gente sabe que una esponja es un animal. Quizás un estudiante de biológicas de bachillerato si lo sepa. El resto tendrá que mirar en Wikipedia para averiguarlo o para creerlo si lo acaba de leer. No es exactamente una animal sino un conjunto de animales poco desarrollados que forman el esqueleto que usamos para enjabonarnos. Aquella esponja era distinta.

Cuando la vi llena de polvo en un rincón oculto de la tienda de los chinos, junto a extrañas figuras de danzarinas o budas, y algún gato de la suerte averiado, me pareció una esponja natural de las que mi madre empleaba con mi hermano pequeño recién nacido. Olor a nenuco y un tacto suave. Muy agradable. La cogí. “Sincuenta séntimos”. Una ganga. Estaba deseando tomar la ducha.

Abrí las dos alas de la mampara y en el borde del plato, junto al champú y el gel la dejé. Para qué enjuagarla si no iba a tardar en ducharme. Saqué los papeles del despacho. Saqué del frigo los ingredientes de mi cena. Me desabrochaba la camisa por el camino. Soltaba el botón del pantalón sintiendo anticipadamente el agua masajear mi cuerpo. Puse la mano en la mampara. Me volví a poner la gafas. El champú y el gel habían rodado por el plato. La esponja no estaba. En mi casa no había nadie o eso pensaba yo. Mi novia. ¿Estaría ella allí preparándome una sorpresa?¿Se habría suspendido su viaje? Si tenía ganas de jugar le iba a seguir el juego. Me metí muy excitado por la idea. Le dí al grifo del agua caliente, giré el agua fría. Me aparté cuando salió demasiado caliente y al mirar la puerta desde dentro, en la corredera, en el armazón que sujetaba el cristal estaba la esponja . Se movía. Mi esponja reptaba como una oruga. Qué asco. Había comprado una oruga enorme o algo parecido. Cuando ves una oruga el primer impulso es chafarla, pero tan grande, sólo pensarlo me daba más asco. No podía salir hasta que no se apartara de la puerta. No quería tocarla. Se dejó escurrir por el cristal hacia mis pies. Algo distinto del puro azar guiaba sus movimientos. En el suelo se acercó al gel. Envolvió con sus pseudópodos la rosca, la abrió y extrajo casi la cantidad exacta que yo siempre uso para mi ducha.¿Salir? Tenía algo de miedo, pero también curiosidad. Lentamente la esponja se acercó a mis pies rezumando espuma, ni mucha ni poca, a mi gusto. Comenzó a masajearme el dorso de un pie y después el otro. Muy agradable. Muy placentero. Se fue deslizando por una pierna hasta el muslo, por la otra. El abdomen. El dorso . El cuello.  brazos. Dejó para el final, como yo mismo hago las partes más íntimas, pero por esta vez no confié. Son zonas muy personales. No tenía el suficiente trato como para dejárselas a ese ser vivo. No se lo tomó a mal, pero sí percibí algo de tristeza, como cuando un perro agacha las orejas y mete el rabo entre las piernas. Se bajó. Repasó los dedos de los pies. Y reptó hasta el punto donde a mi espalda se unían dos de los paños del baño. Estaba muy relajado. Cuando terminé de enjuagarme, la cogí. Notaba en las manos como miríadas de pequeños lametones. Disfrutaba. La volví a posar. Le puse la mano encima y percibí como un ronroneo. Dormía. Parecía una esponja mojada como cualquiera. 

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