martes, 12 de junio de 2012

PELOTA


Siempre había pensado que los pelos de la nariz no sirven para nada. Hasta ayer. Me ocurrió como con otras partes de tu cuerpo que descubres a su debido tiempo. Esos descubrimientos tardíos son causa de un gran placer.

Ayer estaba cabreado. La Dirección de mi hospital había ninguneado un trabajo concienzudo durante mucho tiempo. Cuando me cabreo tiendo a hurgarme la nariz. Como sé que no es correcto, a veces, cuando nadie me ve tiro de algún pelito que sobresale para arrancarlo. Ayer en un rincón comencé a tirar y a tirar, y el pelo no sólo no se desprendía de su folículo, sino que en el brazo izquierdo, a la altura de la muñeca vi como la piel se hundía como si se colase por algún lugar. Solté el pelo y la piel volvió a la superficie. Mi primer pensamiento fue que la ansiedad de los nervios me estaba traicionando. Volví a tirar. De nuevo se formó el hoyo con forma de cono, que se hacía más o menos profundo según tiraba más o menos. No era nada doloroso. Era muy divertido. Por la noche, cada vez más cabreado al comprobar que el castigo de la dirección además había sido asimétrico y otras guardias no se habían visto afectadas, volví a acariciar la fosa nasal, esta vez la izquierda, cogí un pelo que sobresalí, tiré, tiré y me quedé atónito al comprobar cómo el meñique de mi mano izquierda se evertía como el dedil de un guante. Solté el pelo y el meñique volvió a su sitio. Sin dolor. Sin daño. Toqué y no había fractura, seguía habiendo huesecicos en su interior. Imposible comprender tal repliegue. Yo no estoy hueco os lo aseguro, ni siquiera soy flexible como un faquir o elástico como un gusano.

A la hora de la cena tomando un sorbo de cerveza me relajé. Noté un ligero picor. Acaricié mi nariz. No quería manipular ningún pelillo porque si replegaba alguna parte de mi cuerpo podía atemorizar a mi residente. Pero no me pude resistir. Miré hacia otro lado y tiré. Tirar me producía un placer difícil de imaginar. La copa del sujetador de la mujer de la mesa de enfrente se hundió. La vi levantar el brazo dispuesta a golpear a quien la manoseaba. Cuando vio que no había nadie se puso pálida. Solté y regresó a su volumen. Introdujo la mano por el tirante se palpó el pecho reconstruido y se quedó tranquila. Mi nuevo poder me permitía no solo modificar mi propia forma sino la de otras personas a voluntad. El cabreo enorme me había provisto de esa energía.

Por la mañana seguro de que había sido un sueño di un pequeño tirón y comprobé que mi brazo se deformaba. Otro pequeño tirón y la  mejilla de la limpiadora se hundió. Se rascó.Mi poder seguía indemne.

Después de la sesión clínica me fui al pabellón de dirección. A través de los cristales vi al director médico, sentado en la mesa hablando por teléfono. Me llevé el dedo a la nariz. Tiré, tiré y vi como los dedos de su mano derecha, los de la izquierda, los brazos y antebrazos se replegaban hasta los hombros ante su gesto de horror. Después las piernas. Su tronco quedó apoyado sobre el panel de la mesa. Sudaba y habría gritado si no fuese porque una lengua replegada no puede producir ningún sonido. Me costó evertir la cabeza en el tronco. Me costó más replegar el tronco hasta convertirlo en una pelota que rodó al suelo desde la cintura de su pantalón. Rodó hasta el pasillo donde me encontraba. Se detuvo junto  a la pared. En la amalgama de carne se reconocía un ojo que parpadeaba y claramente una nalga junto a un testículo. Di dos pasos hacia atrás y chuté con todas mis ganas. La esfera del director rebotó de una pared a otra, cayó por la escalera y en la calle unos niños se entretuvieron jugando un rato. “Antonio déjate ya la nariz. Marrano” “Tienes razón Elena” En un rincón a oscuras el director se volvió a desplegar, desnudo y magullado.

Mañana no vendrá a trabajar. Estoy cansado.

No hay comentarios: