jueves, 28 de junio de 2012

UNA ÚLTIMA DUDA


“Toma guárdate esto guapa. Qué culo más bonito tienes. Ahora cuando cierres vamos a tomar unas copas aquí al lado” “Grasias pero estoy muy cansada” “¿Hasta para divertirte con nosotros?” “Tal vez otro día. Grasias”

“Ivana qué pesados los clientes del reservado de esta noche. Vienen a un restaurante como si esto fuese una barra americana. La jefa debería darles un toque de atención” “La jefa tener que sacar a delante el negosio. Si el negosio gana nosotros trabajamos” “Pero hay cosas que no van en el sueldo” “Todo lo que ocurre dentro del local va dentro del sueldo” “Estás muy resignada”.” He tenido ya demasiados trabajos y este no es de los peores” “Se nos han hecho las dos de la madrugada para cerrar la persiana. Hasta mañana a las once Ivana. ¿Quieres que te lleve a casa?” “Estoy muy cansada. Te doy grasias pero necesito tomar un poco el aire. Vivo serca”

Hace mucho calor en el centro de Murcia: casi treinta grados a estas horas. Te cuesta respirar. La dacha que el partido había vendido a tu padre en Crimea donde pasabas los veranos era un lugar fresco, salvo en días de viento sur en que el calor del verano era bochornoso, un calor distinto a este calor seco de hoy en Murcia. No tienes fuerzas. La ilusión que te llevó a emprender este viaje con el hombre que ya no es tu marido se ha ido rasgando por el camino. Eres fuerte. Siempre lo has sido. De niña la hermana fuerte de tu casa, pero las personas fuertes también necesitan descansar. No te arrepientes, pero no debiste salir de tú país. No se ha cumplido ni uno de tus sueños del presente. No te quejas. Muchos no tienen ya empleo. Todavía te queda el futuro. Tu hija. Esa niña alta de ojos azules como tú. Cabello rubio lacio como tú y un poco de mal carácter como su padre. No debiste casarte. Te dejó preñada con diecisiete. Tu hija. Bebía. Después bebió más. En Ucrania no había futuro, vinisteis a España, primero al campo y luego a la hostelería. Mucho trabajo pero a fin de mes dos sueldos. Pero él bebía. Su tripa se hinchaba de cerveza al mismo ritmo que le perdiste el amor y hasta el respeto. Adiós y dejaste de saber de él y no quiso saber más de su hija. Hace una noche ardiente. Es casi la madrugada y vaharadas de aire caliente te golpean el rostro. Sola con tu hija. El doble o el triple de esfuerzo para salir adelante, pero sin lastre.

Tu niña es buena. Y estudiosa. Y tan guapa como tú eras, más aun en un país de mujeres morenas.  Medicina. Demasiados años. No podías permitírtelo. Dudaste pero decidiste decirle la verdad. La universidad no era posible. Con un sueldo que a veces no alcanza a las facturas, un estudiante es un lujo. Lo entendió.  Peluquera. Es muy bonita. NO tendrá problema para trabajar. Quizás algún día monte su propio salón. Pero no será médico o enfermera. No has conseguido tus sueños y ya sabes que no vas a conseguir los suyos. Pero es mejor la verdad que un naufragio.

El portón. A media luz. Un manojo de llaves. Las palpas para encontrar entre dos o tres iguales la que abre la puerta de tu casa. La luz del pasillo es el mensaje de que ella ya ha llegado. Sigilosa te diriges al mueble cama del salón donde duermes. Tienes hambre. No has comido y no has cenado. Ha sido un día muy intenso desde las once de la mañana. Lo has ido dejando y llegas  a casa en ayunas. La cocina. El frigorífico. Las tres. A las ocho tiene que estar arriba para ordenar la casa. A las once al trabajo . Estás muy cansada. Tienes poco tiempo. Dudas. Comer o descansar. Te tumbas en el sofá sin desplegar la cama. Cuando salga el sol te despertará porque no has cerrado la ventana

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