jueves, 14 de junio de 2012

REFLEJOS


No me gustan los espejos. Y no soy Vlad, el vampiro del mundo de ast. Los espejos mienten. Mienten las mentiras que necesitamos o las que pensamos o las que tememos. Las niñas o los niños con anorexia ven reflejados cuerpos sebosos . Es un caso extremo, pero quién no se ha visto hermoso y si no hermoso atractivo o gracioso cuando está pletórico o feliz o enamorado. Sin embargo en las horas bajas, el espejo acecha y es tu enemigo, fija tu mirada en todo lo que de ti detestas, tu nariz es grande o ganchuda, tu pelo no tiene brillo, en tu frente no hay  más que arrugas, tu culo es muy gordo o plano, tus muslos son muy gruesos o demasiado delgados, eres bajo o eres muy alto. Eres feo, eres un ser desagradable si a quien amas no te ama o peor, mucho peor si no te amas a ti mismo.

En mi habitación había un espejo. Ayer hubo una ruptura. En la madrugada que seguía a una noche sin sueño me vi horrible. Me vi viejo. Me vi desgarbado. Sobre todo me vi triste y me vi solo. Me puse de lado. La espalda y la tripa sobresalían.  El espejo hacía aguas. Estará oxidado el azogue de su envés. Pero el óxido se mantiene y las deformidades y las irisaciones no eran continuas sino que se movían. Apoyé un dedo. Con un leve roce una onda circular se transmitió hacia el marco. Rebotó y produjo una agitación en la superficie al chocar las ondas que iban con las que venían. Me llevé el índice a la boca. Mojado y salado. Acerqué la mano y se perdió bajo la superficie. Miré atrás. Mi habitación. Cerré la puerta. Detrás del espejo estaba la madera de la puerta del armario. En el suelo ni una gota derramada. Abrí de nuevo la puerta. Toqué. Mi mano se perdió en la olas. La saqué empapada. No dudé. Me zambullí.

El agua cálida. Arriba veía algún reflejo pero todo estaba oscuro. Nadé hacia la superficie por curiosidad, porque no me faltaba el aire. En el cielo la luna. Alrededor un mar sin olas. Enfrente el reflejo de la luna sobre el agua. Detrás rompían las olas. Una isla. Muy pequeña, como la del Principito, con un cocotero en su centro y algún ser vivo que bullía entre sus palmas. Me apoyé en la única roca. La inercia de las ondas alcanzaba los dedos de mis pies. El tintineo del ir y venir del agua me adormecía. La mente en blanco como cuando corro. El aire dulce. Pellizcaba la arena remedando una caricia negada. Solo. Aislado. Silencio profundo, eterno, sólo roto por el mar tranquilo. El ser de la palmera dormía. Paz. En el horizonte alboreaba. Aunque estaba tranquilo sentí abatirse mi pasado sobre mí . Me gritó que mi presencia era postiza en ese lugar. Postiza. Ajena. Era extraño. No era para la isla más que un residuo traído por las olas. No se debe cambiar lo inmutable. Me zambullí y nadé mucho rato hacia el regreso. Saqué una mano y el aire estaba seco. Sentía la vibración del ruido de la calle. Saqué la cabeza . Apoyé las manos en el barco y me parí en el mundo del que había salido. Rodé calado. Busqué el baño antes de irme a la cama. Me sequé . Sequé el suelo. Escurrí las gotas de agua de la bayeta en un matraz. Le puse un tapón y lo guardé en un rincón junto a los frascos de jabón de hoteles visitados. Lo toqué, cerré los ojos y me fui a dormir.

Por la mañana el espejo no me devolvió una imagen tan ajena.



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