sábado, 2 de junio de 2012

LA SILLA

Le gustaba hacer el ganso. En el hospital del día había una silla de ruedas vacía. Se sentó. Giró las ruedas y se desplazó de un lugar a otro de una forma atáxica como si estuviese manejada por un loco o por un retrasado. Giró sobre sí mismo. Chocó y se detuvo de golpe. Miró. Era otra silla ocupada por otro hombre con los muslos secos de la parálisis. El estar atado le libró de caer. Se miraron. Vergüenza frente a rabia. “Lo siento” “Te diviertes porque después te levantas. Así es divertido” “Lo siento” “Tú te diviertes. Yo la maldigo mil veces cada día.” Soy un gilipollas pensó. Deseó no estar allí. “Una cárcel. Una silla es un presidio. Mucho básquet. Mucha carreras. Pero un presidio. Mataría por poder sostenerme sobre mis pies” Se fue. El respaldo amarillo con el yin y el yan en negro en una esquina dobló hacia el área de hospitalización.

“Eres un gilipollas fenomenal” “Déjame en paz ya lo sé”.

A lo largo de toda la semana recordó la silla con respaldo amarillo. El yin y el yan. Atravesar límites con una broma: Del buen gusto al malo; de la alegría a la tristeza; de la verdad a la mentira; de la vida a la muerte. El tullido. Joven. De su edad. Debía disculparse. O no. O sí. Quizás . Quizás no. Sí. Sí Sí Verdad. Bien. Perdón. Subió a la planta de neurocirugía donde se daba la primera atención a los lesionados medulares antes de enviarlos a Toledo. Miró a través de las puertas abiertas. Abrió las puertas cerradas. Llegó al final de la planta. NO le veía. Al salir en el control de enfermería vio el respaldo amarillo con el dibujo del Yin y el yan.

“Hola¿ puedes decirme donde hay un muchacho de mi edad parapléjico que llevaba esta silla?” “ En Toledo. Se fue ayer” Frustración. Pero un poco de consuelo. Por lo menos lo ha intentado. Esta noche en la guardia dormirá tranquilo.

Eso cree. La guardia es tranquila. La más tranquila desde que está en el hospital, se acuesta pronto. Se duerme pronto. Pero vienen las pesadillas que le hacen desear el insomnio. Está acostado sin poder moverse mientras unos encapuchados a los que no oye traman algo sobe su cuerpo. En sus manos blanden objetos metálicos, tijeras , agujar o bisturís. Se inclinan sobre él van a herirle y despierta. Suda y jadea. Pero se mueve. Su corazón palpita en su pecho. El frémito de la sangre al circular le duele. En el baño se refresca el rostro. Se mira. Se vuelve a refrescar. Las palpitaciones no cesan. Una tila. Sale de la habitación. Va al control de enfermería a oscuras. Pone el vaso de plástico con el agua en el microondas. Un minuto. Caliente. Manzanila y tila. Tibias. Mejor. Regresa.

Está oscuro. Hay algo en la puerta de la habitación. Es una silla de ruedas. Se acerca. Es la silla con respaldo amarillo. Se asoma a la espalda. El yin y el yan. Alguien la ha olvidado. Abre la puerta. La silla le empuja las corvas, lo desequilibra y cae sobre el asiento. El cinturón se ata a su espalda. La silla corre por el pasillo en dirección a la escalera. Se frena justo en el borde . Se suelta el cinturón y sale despedido rodando por los escalones. El cuello se dobla. Un chasquido y deja de sentir sus cuerpo. Queda despatarrado en una postura imposible en el rellano de la escalera. La silla se va. Silencio. Por la mañana si sigue vivo alguien podrá ayudarle. Un lágrima de impotencia se desliza por el lateral de su nariz


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