martes, 26 de junio de 2012

EL DESAHUCIO


Hay ruidos fuera de la casa. Raspan las paredes. Golpean. Dormía y le acaban de despertar. No huele a humedad, ni siente el agua filtrarse por la entrada. No ha escuchado truenos ni el ruido de las gotas. Se ha despertado. Es una lástima ser pacífico y ser lento, si no fuese así el intruso se iba a enterar.

“Oiga. ¿Hay alguien ahí?” Es una pregunta estúpida. Cómo no va a haber nadie en la casa de un caracol. Una pregunta digna de un escarabajo pelotero. Qué se puede esperar de alguien que se pasa la vida haciendo rodar la mierda de los demás. “Hay alguien” . El caracol, perezoso en tiempo seco mueve su gajo dentro de la concha. Se retira hacia las zonas más recónditas de la espiral interior. “Salga ya, soy la autoridad”. Todo el mundo sabe en el mundo pequeño que los escarabajos son unos fantasmas. “Tiene cinco minutos para salir o entraremos por la fuerza”. No llueve. No hay humedad. El caracol no se mueve.

Los dos escarabajos voltean uno a uno las gotas de rocío de tres hojas y las hacen caer sobre el moco reseco que anuda el caracol a la rama. Humedad. Cuando el moco se disuelve el caracol despierta. Saca su gajo grisáceo y despliega los cuernos. Hace sol y hace calor. Le han engañado. Ha sido una falsa alarma. Intenta regresar pero uno de los escarabajos interpone una espina. Si se repliega se desgarrará.

“Tienes que entregarnos tu casa” “Yo soy mi casa y mi casa soy yo” “No has pagado la hipoteca” “Mi casa nació de mi” “¿Qué crees? Que porque sea de herencia no te la podemos embargar?” “No mi casa me la fabriqué yo mismo y la fui recreciendo poco a poco” “Qué más da que tú mismo la construyeses. No has pagado y tu casa se expropia” 

Golpeó con uno de los cuernos la antena del escarabajo que sostenía la espina. Conmocionado la soltó. El caracol se ocultó en su concha y se dejó rodar por la rama hacia abajo. El escarabajo jefe corrió tras él. En el suelo sacó de nuevo su gajo y buscó el apoyo de otros caracoles pero ninguno atendió su llamada. Sus amigos no salieron a su llamada. Hacía mucho calor. Le costaba avanzar por la tierra reseca. Se hería a cada centímetro. Se fatigaba con la deshidratación del calor. Los escarabajos corrían en pos suya armados con las terribles espinas de limonero. Una acequia. Si llegaba y se lanzaba al agua, podría flotar veloz y alejarse, pero dos metros con el calor que hacía era un esfuerzo que no estaba a su alcance. 

“De aquí no vas a pasar. Entréganos su casa” “Mi casa es mi vida” “Nos da igual tu vida. Queremos tu casa” Sentía las punzadas de las espinas de limonero que hacían palanca para sacarlo de la concha. Recordaba al despegarse cada uno de los milímetros que creció desde que era una larva blanca en un hoyo de tierra húmeda. Se acordó de decenas de sus hermanos devorados por insectos y pájaros. Vio a los lejos a los escarabajos exhibir su concha como un trofeo. Recogió sus intestinos y los replegó en su cuerpo. Espero la puesta de sol suspirando por no ser encontrado por depredador alguno. Con la noche buscó la humedad debajo de un puente. Encontró muchos caracoles como él desprovistos de sus conchas .En la sombra, con la humedad del río y la hierba verde no estaba mal. Iba a intentar vivir. Sin concha, como una babosa, pero la vida seguía.

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