viernes, 29 de junio de 2012

UN DIA MALO


Cristina salió  a correr. Ella era más de nadar o de gimnasio pero escuchar al Sánchez Torres hablar de sus carreras lentas la había motivado para entrenar un poco. Hacía calor. Mucho. El sol se ponía . Su recorrido de Norte a Sur dejaba una sombra a la derecha que se alargaba, llegaba casi al otro lado de Juan Carlos primero y pronto se plegaría en la pared del edificio antes de desaparecer.

A quienes no somos muy altos ( no somos enanos pero somos más bajos que el noventa por ciento de la gente) Nos agrada ver nuestra sombra estilizada. A Cristina le agradaba. 

Cristina vive deprisa. Habla deprisa. Camina rápido. Piensa veloz. Actúa como un rayo. Sólo sus sentimientos a veces se empantanan y quedan un poquitín atrás de sus acciones y le producen un bloqueo, pero en situaciones muy muy contadas.

Cuando pasaba por el lateral encalado de un edificio a medio hacer, giró a la derecha y vio todo su cuerpo sus brazos, su cabeza, su culito respingón del que se siente muy orgullosa y sus zancadas ( zancaditas). A mitad de la pared vio algo raro. La sombra no reproducía con exactitud el original. Se  miró la mano y los dedos, con una técnica cuidada estaban desplegados, sin embargo su sombra mostraba el brazo derecho estirado con sólo el dedo índice desplegado. Miró al lado para comprobar que no fuese la superposición de otra persona u otro objeto lo que producía ese extraño efecto. Nada. Nadie. Se detuvo y la sombra siguió unos metros. Se paró y regresó, siempre con el índice extendido. Estaba enfadada. Encima de lo nerviosa que andaba con el fin de su residencia, con buscar un sitio donde trabajar, combinando las expectativas que te ha creado tu formación, con la realidad de un trabajo estable para definir un futuro de máximos o de mínimos . Y en este momento,  quien no te debe fallar nunca, al menos cuando hay luz, se insubordina y te falla. Cristina se paró en jarras. Su sombra seguía de lado. Ahora era ella quien blandía su índice hacia la sombra que ya no sabía si era completamente suya.

“Me vas a seguir. Moverás el dedo cuando yo lo mueva. Correrás cuando yo corra. ¿De acuerdo?”
Dos niños pasaron por detrás de ella. Sus sombras eran perfectas, les seguían sin faltar un detalle. No sabía por qué tenía que ocurrirle esto. Los niños la miraron raro. Ella se vio rara discutiendo con su sombra. Giró la manzana. Se sentó en un lugar donde la sombra de un edificio bloqueaba la suya. Esperó la noche. Sonó el teléfono.

“Cristina ¿Cristina qué te pasa que tardas?” “En cuanto se haga de noche vuelvo Gonzalo”

Pasó el día y la sombra no volvió a insubordinarse. Un día malo lo tiene cualquiera, incluso una sombra.

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